viernes, 26 de octubre de 2012 | By: Abril

Te encontré en mi cuarto

Anoche quise escribirte, pero ya era tarde. Pasaba de la medianoche y yo me debatía si debía mandarte un mensaje o no. Me reí por las noches en las que no lo pensé y simplemente lo hice.

Pero las cosas cambiaron.

¿Cambiaron, verdad?

  Al final me dije que te escribiera, que no habría problema porque ya sabes lo terriblemente espontánea que soy, pero pensé -incluso con el mensaje escrito- que ya no tenía ese derecho, que ya no podía escribirte a mitad de la noche sólo para decirte que te quiero, que ya no era la dueña de tus sueños para irrumpir en ellos, que no debía quitarte horas de descanso sólo por un antojo de mi corazón.

De mi caprichoso corazón. Anoche quise escribirte, dibujarte una sonrisa en los labios y -quizás, sólo quizás- alegrar tu día, pero entre el jurado, protagonizado por la razón, y el juez que resultó ser mi conciencia, me han negado tan atrevida petición. Para resistir mis impulsos y satisfacer mis caprichos: hurgué en mis recuerdos. Me paré de la cama y encendí la luz, recogí esa caja de madera que guardo en el closet y tomé un viaje en el tiempo; habían fotos, tantas que se me hizo imposible contarlas, notitas de mis amigas, regalos de amores pasados y tú. Si, tú estabas en una pequeña caja en mi armario.

Estaban tus sonrisas regadas en todos lados, un botón de tu camisa que había encontrado entre mi cabello alguna vez, estaba esa foto que te tomé mientras creías que jugaba con mi teléfono. Luego miré alrededor y me levanté exaltada: no sólo estabas en mi cápsula del tiempo, estabas disperso en toda mi habitación. Encontré tus miradas acostadas en mi cama, tus cosquillas en el suelo -junto a mí-, tus sueños en mi almohada, tus palabras rebotando en las paredes, los atisbos de tus risas guindados en mi espejo y tus besos aún persiguiéndome en el armario.

La cinta que ataste a mi muñeca, esa que aun no sé de donde sacaste, el día que nos conocimos estaba colgada en el borde de mi cama, recordándome que los sueños se pueden hacer realidad y que la ficción puede llegar a ser real.

El pasaje de tren de esa vez que pensaste que la primera cita en un viaje de cuatro horas a una ciudad que ninguno de los dos conocía no podía ser más que perfecta, estaba pegado en mi cartelera, en esa zona reservada para los lugares que amo y a los que me encantaría volver.

Todas las notas que me pasabas cuando estábamos rodeados de gente -y cuando estábamos solos- estaban apiladas en un compartimiento especial de la caja, recordándome que alguna vez me dijiste que me dabas escritos porque tus palabras eran demasiado reales y sinceras como para decirlas en voz alta y que jamás las recordara, que de esta forma siempre que lo quisiera estarían allí para mí.

Guardé el reloj roto que me diste cuando me dijiste que junto a mi no pasaba el tiempo y que por eso siempre seríamos eternos. También estaba la hoja de verano que reposaba en tu cabello la primera vez que nos besamos y el anillo de goma que me diste cuando entre risas y bromas me aseguraste que nos casaríamos.

Encontré los secretos que nunca te conté, la grapa que me diste cuando te dije que mi corazón estaba roto y las baterías que me lanzaste cuando te dije que no podía más. Amontoné en un rincón tus abrazos en las noches y tus besos de buenos días, tus melodías y tus risas, tus rabietas y caricias.

También estaban los dobles ejemplares de muchas novelas, esos que comprabas para leer junto a mí o para recitar juntos los diálogos. Por último hallé el mapa que me diste para que eligiera a donde quería ir y el boomerang que venía con el como una promesa de siempre volver a ti.

Mi cuarto se plagó con palabras no dichas, pero entendidas. Con sentimientos no expresados, pero sentidos. Con abrazos no al cuerpo, sino al alma. Y con un extraño sentimiento que vagamente se parecía a la felicidad y a la aceptación.

Si, anoche quise escribirte, pero no dejaba de sonreír y de pensar lo ilógico que es que haya guardado tanto de ti y tú no estés aquí; así que con una sonrisa tonta en los labios, albergada allí por tantos recuerdos, y un desastre extravagante en mi cuarto me fui con un Morfeo sospechosamente parecido a ti a la tierra donde todavía gozo de tus abrazos y te robo besos, a la tierra donde siempre seremos eternos.

(María Alejandra Bravo, Finalista en el concurso de Cartas de Amor, Mont Blanc 2012)

El cofre de la memoria


Me decidí a escribirte porque me parece que en los últimos años he olvidado darte las gracias y decirte que te amo. Al redactar esta carta estoy haciendo caso omiso a las recomendaciones de mis amigas, quienes consideran que presentarse en un concurso público con una carta de amor para el ex-marido, produce en el mejor de los casos, caspa. Pero yo siento que con toda esta historia del divorcio y el trajín que significó hacerlo realidad, se han ido pasando los meses y no quisiera perder esta oportunidad. Quería decirte que somos mucho más que un hombre y una mujer que ya no lograban vivir juntos.

Ya van a ser dos años desde que empecé a embalar nuestras vidas para poder cumplirle a la pareja que decidió montar su paraíso de amor sobre las cenizas del nuestro. De todo aquello, como de un naufragio voluntario, todavía siguen apareciendo objetos que daba por perdidos.

De poco valieron los rollos de tirro, papel y plástico; las interminables horas dedicada a envolver meticulosamente cada libro, cada juguete, cada recuerdo y meterlos en cajas identificadas; o las cifras tan exorbitantes como injustificadas que se le cancelaron a la compañía guardamuebles. Con la misma persistencia con la que el óxido y el moho se apoderaron de nuestras cosas, así mismo la tristeza inmensa y una sensación plomiza de fracaso, se filtraron como un líquido espeso a través del papel de burbujas, que pretendía ingenuamente, amortiguar la caída y hacernos protagonistas de una separación posmoderna: sin traumas y sin dolor.

De esos meses perdidos en los que, en efecto, dejamos para siempre de ser “nosotros cuatro” y nos convertimos en otra gente, sólo me atrevo a recordar la última tarde antes de la mudanza en el apartamento de La Castellana, cuando todos bailamos dentro de nuestro cuarto, reducido a un rectángulo semi-vacío con piso de madera: un colchón inflable tamaño King, una laptop y dos cornetas en las que un dúo formado por Juan Luis Guerra y Maná nos recordaba que fue una bendición encontrarnos en el camino. Lo demás me resulta todavía demasiado filoso y permanece confinado bajo llave, en una gaveta bien escondida en lo más profundo del alma, esperando que el tiempo y el psicoanálisis de Margarita hagan su magia. Un día quizás, esos archivos puedan ser decodificados sin causar estragos.

Así como aparecieron la colección de juguetes de madera y los adornos de navidad; así han venido re-flotando muchos de los recuerdos maravillosos de esos casi 16 años que compartimos bajo un mismo techo (aunque tú bien sabes que fueron en realidad muchos techos sucesivos, y cuatro los años finales en los que, como suspendidos en el tiempo, compartimos petrificados techo, pero no alcoba).
Y si bien es cierto que no todos los años fueron buenos y que las razones para no estar juntos siguen estando clarísimas, también es verdad que fuiste mi amor. El de los besos dulces y suavecitos, mi compañero, mi cómplice y el co-autor, impulsor y defensor desde siempre de Camila y Daniela, que son hoy todo lo que me importa. La buena noticia ha sido descubrir que esas memorias cálidas siguen intactas y son la cantera de nuestra relación de ahora, que aunque al añadirle el “ex” por delante machaca siempre lo que ya no somos, tiene, paradójicamente, un presente mucho más plácido que el pasado.

Te confieso que en las malas noches, cuando la culpa y los miedos que me habitan salen de sus cavernas y me atrapan, el saber que cuento contigo me ayuda a liberarme. Porque tú sigues siendo mi aliado, mi único socio en la empresa de la paternidad y tu presencia le añade otra red de seguridad a la peripecia de vivir en esta Caracas contemporánea. Acto que resulta a veces inconscientemente suicida, a ratos tedioso o caótico; pero siempre protegido por una magia imperceptible: como nuestro destino. Qué suerte, Marmotón, la de encontrarte justo ahí, en frente de la cartelera de aquel curso de inglés. Y de verdad, bendita la coincidencia.

(Mariana Bacalao, carta finalista en el concurso de Cartas de Amor de Mont Blanc, 2012)

Sin preaviso

Licenciado:

Por medio de la presente me dirijo a usted con el fin de participarle mi renuncia irrevocable, bien irrevocable, a mi cargo de ayudante de la secretaria de su asistente personal.

No es por lo que dice mi papá: “¡Y que haber estudiado una carrera en la universidad para terminar de recepcionista y correveidile!”. No, no es por eso, sino por lo que usted dijo el día en que yo llegué: “Patricia, Elena, díganle a la muchacha del vestido marrón que me traiga café.” ¿Ya me ubicó? Ése era mi mejor vestido de trabajo y no me lo volví a poner más. Pero aquí todo siguió siendo: “Patricia, Elena y la muchacha del vestido marrón.”

Tengo más de tres meses llevándole su café todas las mañanas, un cappuccino que me enseñaron a hacer siguiendo sus instrucciones exactas, y se lo pongo en su escritorio y me quedo para ver cómo se le llenan de espuma los bigotes. Usted no levanta la vista sino que murmura algo. No sé si me da las gracias, pero yo no me muevo esperando a que usted me mire… al menos un segundito. No sé si se da cuenta de cuándo salgo llevándome su taza vacía. Pero qué importa, ¿verdad? Para usted es costumbre ser observado. No, “observado” no, “admirado”. Y es que yo nunca había estado frente a un hombre tan distinguido, tan culto, tan agua de colonia todo usted. Licenciado, usted está siempre como recién bañado y no se arruga; nada lo despeina ni lo altera. Usted es como una estatua griega, pero con ropa carísima. Y yo lo oigo cuando usted habla por teléfono con sus amigas, con sus novias y hasta con su ex esposa. Usted tan fino, tan gentil, tan caballeroso. Si al menos alguna vez me hubiese visto a mí. No me tenía que hablar, sólo verme a los ojos. Una miradita y hubiera sabido.
Yo estoy enamorada de usted.

Sí, ya está, ya lo escribí. Se lo he querido decir desde que empecé a soñar con usted. Conmigo y con usted. ¡Y si le contara mis sueños, Licenciado! Mis fantasías. No tiene idea de lo que soy capaz de imaginar. Pero sólo con usted y conmigo, con nadie más.

Hoy cumplo quince días quedándome para trabajar horas extra. Es mentira lo de las horas extra. Me siento en su sillón de cuero, prendo su lamparita verde, pongo un montón de hojas en blanco sobre su escritorio, tomo su pluma fuente –tan pesada, tan varonil- y no puedo evitar cerrar los ojos y olerla. Es usted. Usted allí en la palma de mi mano, en mi respiración. Mío. Eso es lo más cerca que yo lo he tenido.

El motivo de esta despedida -irreversible y oficial-, es que usted no sabe que yo existo. Ya le he escrito catorce cartas de renuncia; cartas que después me dan pánico y rasgo en mil pedacitos que voy botando en distintas papeleras una vez que huyo de aquí. Pero hoy sí me armé de valor para dejarle ésta. Hoy sí. ¿Por qué? Porque hoy es mi cumpleaños. Estoy cumpliendo veintidós. Me gustan las violetas, los caramelos de miel y los libros de pintores famosos. Y usted no sabe cómo me llamo y tampoco le importa.

Ya es de noche y sigo en su oficina redactando mi renuncia definitiva. Última vez que escribo con su pluma fuente. Mis palabras van en azul-usted, azul mar profundo, azul de cielo sin estrellas; y llevan una tinta que me diluye.

Lo adoro y eso me hace demasiado daño, así que renuncio a usted, porque usted es un imposible… Y aquí estaré mañana sin falta, haciéndole su café y escribiendo otra carta de renuncia que también voy a romper.

Sin otro particular al que hacer referencia,
Atentamente,

La muchacha del vestido marrón.

(Carolina Espada, 3er. premio en el concurso de Cartas de amor de Mont Blanc, 2012)
miércoles, 24 de octubre de 2012 | By: Abril

Carta a Diego





Diego:

Lo importante, amor mío, es en estos casos escribirle desde una cama abundantemente ancha, trastocadamente sin usted y con un disco fabulosamente nuevo llamado “Les yeux de Sophie” (Los ojos de Sofía), parece ser que los ojos de las mujeres no sólo inspiran futuros sino que también son capaces de discos enteros, pregúntele a Sofía si no.
Pregúntele a Soan lo que sentía a la hora de escribir 14 canciones basadas en los ojos de una sola mujer.

No andamos mal. Me niego. Yo coincido con Soan. Yo coincido que el universo entero puede estar en la mirada de alguien (en este caso la suya). Yo estoy a favor de lo simple. Yo estoy a favor de grandes distancias a su lado, lo que el mundo nos permita y no al revés (los metrajes que nos competan) y luego hacer uso de lo mas simples lujos. ¿Sabe lo que quiero a su lado?. Belleza. Mirarlo es una belleza, sentirlo ahí, relativamente cerca, mas que belleza es privilegio. Yo no creo en entidades religiosas y usted sabe de mi inclinación atea, pero que ganas de creer cada vez que lo veo. Como ser humano es la sencilla sensación de estarme equivocando. Y como artista, yo cromáticamente nunca vi nada como sus ojos. Ese color no esta en ningún cuadro. Mi obligación es pintarlo. Mi obligación es amar, aquel color. Lo quiero Diego. Y lo quiero a pesar de usted. Lo querré de todas formas. Lo querré a pesar de su miedo hacia mí, hacia mi amor o hacia el amor en general. Lo querré maternalmente, o sea, de manera incondicional. Usted ya no puede hacer nada. Yo he ganado esta partida sí o si. Este ajedrez es mio, mi amor. Y le he ganado ya que su si o su no, no me intimidan ni me trastocan. Si me hacen distinta, innegablemente, pero nada puedo yo hacer debido que hay amor mediante. Si tan sólo usted entendiera esta catarata de disparates/verdades. Si tan sólo usted entendiera que yo también tengo un miedo espantoso. Que amar siempre es una apuesta con altas chances de perder. Que me iría con usted a lugares lejanísimos, sólo porque voy con usted. Que lo quiero en mi vida y que ojala decida quedarse. Pero por sobre todas las cosas; que tenga un buen día, siempre. Como dije, soy inmutable con respecto a usted.
Usted bien puede hacerse atropellar por la vida o por un auto. Usted puede gozar de 5 a 10 mujeres por mes. Usted puede sencillamente ser un pícaro. Usted puede temer a escondidas o llorar como corresponde, como todo un hombre. Usted puede el universo, si quiere.¿Sabe lo que yo quiero? Pintar y usted.

Suya, Vivianne.
 
(Lady Cono)
domingo, 7 de octubre de 2012 | By: Abril

Una Canción



Y te has marchado en medio de mi sueño, con paso felino, para no despertarme. No he sentido tu beso, ni el roce de la maleta en la tela del pantalón, ni los crujidos delatores de la escalera, ni el leve temblor de las ventanas al cerrar la puerta de casa.
De repente, cuando empezaba a clarear, he abierto los ojos para buscarte entre las sábanas pero ya no estabas. Qué sobresalto. Después, mi cara hundida en la almohada en busca de un resquicio tuyo. Y el sueño que viene y va  y la perspectiva de estos días sin ti. Hasta que vuelvas.
Tumbada boca arriba, miro la ventana de la buhardilla, el verde otoñal que entrevera el cielo y pienso en una noche cercana, en la que un trozo de luna se asomaba por ese mismo cristal y se confundía con tu desnudez, reflejada como en un espejo doble de tu cuerpo encima del mío.
El amor siempre es un recuerdo. Incluso en su preciso instante. Sin embargo, en nuestro volver a empezar, olvido todo lo que fue. No tengo pasado, sólo el que he vivido contigo. Vuelvo a aprender el abecedario entero y las siete notas desde el principio de mi tiempo. Y del tuyo.
Y así te escribo en mi memoria.
Y así te espero. En las noches largas y calladas mientras tarareo una canción que me enseñaste cuando me diste ése primer beso en la mejilla, en un mes parecido a este de hace casi un año. Desde entonces no deja de sonar en mi cabeza.
Es una auténtica sinfonía. Músico tenías que ser.

(Del Blog Es Amor)

Siempre había un tren


Siempre había un tren. Hablábamos de huir, de buscar otros mundos, de vivir otras vidas. Soñábamos con noches entre acacias y brumas, entre sueños quietos y despertares bruscos. Mi maleta era gris, pequeña (sólo lo imprescindible), con las esquinas desgastadas y Pablo tenía una mirada verdosa, entre miel y lluvia. Pablo era uno de esos tipos que te hacen sentir importante, única. Pablo te mira a los ojos cuando habla, te toma las manos entre sus palmas y sus ojos resplandecientes no se apartan de tu boca cuando vas a decir algo.
Nos conocimos en la Facultad. Él preparaba una tesis sobre el imperialismo americano. De vez en cuando nos besábamos. Pablo sabía a sándalo y a maderas de la Amazonia. Pablo me abrazaba con fuerza y yo pensaba, el cielo existe, la gloria no es una quimera. Llegaba un tren, pardusco, envejecido, y otro, y otro y engullían y vomitaban un gentío presuroso o soñoliento. Una noche llegó un tren distinto. Lo supe porque la mirada de Pablo se hizo de oro viejo, remota y acerada. Brincó el tren de repente, con la pericia de un adolescente. No llegó a empujarme, no me pidió que no le siguiera. No hizo falta. Me apartó de su vida sin una palabra, sin un mal gesto. El tren empezó a tomar velocidad.
Nadie quiso despedir a nadie desde las ventanillas. En el andén no había ya casi gente. Yo cambié la maleta de mano. Pensé en los bosques tropicales, en poblados indígenas, en lo intenso que puede llegar a ser un curso, en lo largo que es un verano cuando se tienen veinte años...Pensé en Pablo, en aquel tren sin retorno. En aquel hombre que se me había hecho un extraño. Volví a cambiar la maleta de mano. Empezó a llover y yo me fui despacio, aún tenía que formalizar la matrícula del nuevo curso. Arrastraba un poco los pies sobre el asfalto, pero no lloré. Sorbí un nudo de saliva espesa, ácida y pensé en escribir una carta: Querido Pablo.

(Toñi)
sábado, 6 de octubre de 2012 | By: Abril

¡Adiós, Amor mío!

Sé que no bastan las palabras y sobran mis actos. Sé que no he sido la mejor, que no soy perfecta. Y tal vez de eso me enamoré: de tu forma de verme, de aceptarme con mis defectos y mis virtudes... En estos momentos, donde todo al parecer marcha muy bien, es cuando deseo decirte lo que siento, lo que quiero, lo que sueño. Si estas leyendo esta carta, es por que he dado un gran paso. He decido decirte la verdad. He querido que seas feliz, que sigas por tu camino buscando un nuevo horizonte , que te lleve lejos de mí, tal vez a un norte, tal vez a un sur... pero siempre recuerda que te acompañaré, que te amaré, que desde mi corazón -donde me encuentre- desearé que te este yendo lo mejor posible; que estés tan feliz como nunca podria imaginármelo. Y hoy, después de varios meses a tu lado, tras un largo camino recorrido, tras horas enteras de hablar contigo, de tantas lagrimas que de nuestros ojos brotaron, de conocerte tan bien, de tantas discusiones sin sentido, las que terminaban con un "no quiero pelear más , te amo", es donde debo decirte adiós.

Porque es precisamente en estos momentos donde vienen a mi mente esos bellos recuerdos. Eres tan buena persona, eres ese ser tan perfecto, que jamás espere encontrar. Tú fuiste capaz de hacerme olvidar de esa estúpida creencia de jamás enamorarme. Tú hiciste de mí una mejor persona cada día, porque siempre que hacía algo lo hacía, pensando no sólo en mí, sino en un nosotros por siempre. Y es que no imagino mi vida sin ti. Pero es hora de marcharme- Puede ser que no merezcas alguien como yo. Te he mentido tantas veces... y hay muchas cosas que hago, no porque no te quiera, sino porque hay veces que cometemos errores y no vemos el daño que hacemos. Pero mi amor: no quiero ni puedo seguir así mientras tu me amas y estarías dispuesto a dar la vida por mí, a través de la distancia, yo hago de mi vida un sueño en el que poco a poco tu estás despertando.

Sería bello darte explicaciones, contarte mis mil razones para dejarte ir, pero es mejor así, si saber el porqué y estoy segura de que jamás habrá alguien que pueda llegar a construir conmigo una historia como ésta, y estoy segura que como te amo no amaré jamás, pero estoy aún más segura que estarás mejor si no estas conmigo, porque ya no soy la misma de ayer. Hoy tan sólo te estoy lastimando.

No sabes como te extrañaré, como echaré de menos nuestras platicas, tus besos, tus caricias... cada mañana hasta la noche serás lo primero en que piense y cada noche serás el sueño con el que querré despertar la mañana siguiente.

Perdóname.¡Te amo!

(Nathalia Chávez)
miércoles, 3 de octubre de 2012 | By: Abril

Carta al Amor de mi Vida

 
Nota: Hay cartas que cambian la vida de alguien. Ésta es una de ellas...
 
Al Amor de mi Vida:
Hace casi cuatro meses que no te veo, pero te imagino con tu vientre abultado llevando a nuestra hija dentro: Sé por Marina que es una niña. Tú y yo siempre quisimos tener una niña, ¿te acuerdas cuando de madrugada yo te abrazaba y soñábamos con huir y empezar una nueva vida?
Cuando me dijiste que estabas embarazada, que íbamos a tener un hijo y que dejarías a tu marido para que pudiéramos irnos los tres; tal y como siempre habíamos soñado, me hiciste el hombre más feliz del mundo. Acordamos que la llamaríamos Carolina si al final resultaba niña, y David si por el contrario era un niño. Lo teníamos todo planeado, yo había encontrado trabajo en Madrid como fotógrafo, y tú querías dejar el trabajo de oficina que tus padres te impusieron y que tanto odiabas y dedicarte a la pintura y el diseño el cual había sido sueño desde muy joven, juntos criaríamos a nuestro bebé y seríamos felices para siempre.
Qué estúpido fui al creerte, la noche que habíamos quedado te esperé en mi estudio hasta el amanecer, te llamé y te busqué pero tú no me contestaste. Cuando fui a buscarte a tu casa, tu hermana me abrió la puerta y me dio una carta en tu nombre alegando que no querías verme, las únicas palabras escritas fueron: Lo siento, no puedo hacerlo. Yo no estaba dispuesto a aceptar aquello y te busqué en el trabajo, te abordé en un pasillo y te obligué a escucharme, me dijiste que no era el momento, que hablaríamos luego, en el sitio de siempre. Aguardé allí por ti, hasta que por fin apareciste, inmediatamente te pedí una explicación sobre la carta y tu plantón, tú simplemente me dijiste: Perdóname, pero no puedo hacerlo. ¿Por qué? Quería saber, no entendía nada hasta que al fin me explicaste que si te divorciabas, ¿qué pensaría de ti la gente? Que sería un escándalo en una ciudad tan pequeña y en unos tiempos como aquellos, ¿qué pensarían tus padres y nuestros amigos? Yo te expliqué que aquello no tenía por qué importante, que yo también tenía mucho que perder, también estaba casado y tenía un hijo pequeño, Marco el cual te adoraba y deseaba más que nada en el mundo tener un hermano, pero tú no quisiste escucharme. Habías decidido quedarte con tu marido y criar a nuestro bebé como vuestro, haciéndole creer que aquella criatura era suya, él no lo dudaría pues no sospechaba de nosotros y nunca estaba en casa. Tus palabras me conmocionaron, estallé y te grité que no lo consentiría, que tú podías hacer lo que quisieras pero que a mi hijo no lo alejarías de mí, que yo era su padre y tenía todo el derecho a criarlo y él a conocerme, a mí, a su hermano y sus abuelos. Me echaste en cara mi egoísmo, y me reprochaste que si actuabas así era porque no querías que naciera como un señalado, que sólo pensabas en él, pero, vida mía, seamos sinceros: En ese momento sólo pensabas en ti mismas y en lo que tu madre pensaría de ti si huías con el hombre al que verdaderamente amabas y no al que ella aprobó para que te casaras con él.
Yo nunca les gusté a tu familia, ya sé lo que pensaban de mí, pero a mi no me importaban ellos, me importabas tú y nuestro hijo. Tú te echaste a llorar y saliste corriendo. Esa noche llovió a cántaros y bajo la lluvia grité tu nombre desde la puerta de tu casa, di portazos, te grité una y otra vez pero tú no saliste ni por el miedo a que los vecinos me oyeran y murmuraran. Marina tuvo que venir a buscarme para llevarme a casa, me echó en cara que ella siempre supo que lo nuestro nunca funcionaría y me instó para que me largara para siempre de tu vida, yo en ese momento no quise escucharla.
Te esperé durante dos meses a que vinieras conmigo, te llamé y escribí, incluso te aceché pero nada logró hacerte cambiar de opinión.
Al final, roto de dolor decidí marcharme a Madrid, solo y allí intentar olvidarte; pero aquí me tienes, sufriendo como un perro y escribiéndote una carta que tú nunca leerás y que puede que ni te interese hacerlo. En este momento me odio a mí mismo, ¿sabes? Y te odio a ti también, por alejarme de tu vida y quitarme a mi hija.
Tu marido es un buen hombre, te quiere más que a nada, pero tu a él no lo quieres, y no se merece eso, ni tampoco nuestra hija, al fin y al cabo ellos son los únicos inocentes de esta historia.
No te imaginas, el dolor que me causa alejarme de vosotras. Yo solo espero no equivocarme, que vosotras seáis felices es lo único que me importa.
Luis será un buen padre, lo sé porque he llegado a conocerle y apreciado como a un amigo, pero siento celos de él y del amor que va a recibir de parte de nuestra pequeña, daría mi vida por poder verla una sola vez, pero conociéndote tú jamás le dirás la verdad, eres demasiado cobarde como para enfrentarla y decirle lo que hiciste.
Te quiero más que a nada en el mundo, ahora y para siempre.
Julio
 

(Carta enviada por Cristina, la hija de Julio)