domingo, 7 de diciembre de 2008 | By: Abril

Yo enfermo y tú ausente


Ya la siento, está aquí. La noto haciéndome cosquillas en las articulaciones, retorciéndome el estómago con nudos marineros, llevándome la cabeza a ese estado de semiinconsciencia, anuncio inequívoco de su llegada. Y viene con su cortejo, con los sudores fríos y los temblores, con la tos y cuando la fiebre me pone las orejas rojas y la nariz arde cada vez que exhalo lo que recojo, anuncio sin ningún lugar a dudas que tengo la gripe.
Que bueno tener la excusa perfecta para deambular por la casa como si fueras de la “Santa Compaña” y del sillón a la cama, y de la cama al sillón, paseando por el sofá y haciendo la siesta a la calidez de la alta temperatura corporal. Me pongo un rato la radio, intento leer pero no puedo y cuando llevas toda la mañana y parte de la tarde encerrado en casa, a la hora en que vuelven las fiebres por sus derroteros, empiezas a odiar la gripe y sus secuelas, maldices a ese virus mutante que es tu carcelero.
Si por lo menos estuvieras aquí, podría emitir un suave gemido de vez en cuando, para que me preguntases como me encontraba y vinieras a darme un beso. Me dejarías apoyar la cabeza en tu regazo, mientras me atusas el pelo y me miras con la palabra “pobrecito” grabada en tu mirada, me disolverías el Algidol en el vaso, extendiéndolo después para dármelo, mientras yo exagero los esfuerzos por incorporarme y tragar el analgésico. Harías todo lo que se suele hacer, cuando una persona a la que quieres está enferma.
Quién sabe, lo mismo llegaríamos a la perfección de terminar abrazados en la cama, ayudándonos mutuamente a superar la fiebre...

(Marcos Hernando Jiménez)
sábado, 6 de diciembre de 2008 | By: Abril

En tu nueva Cama de Madera


(A Antonio Trujillo Delgado)

Querido Antonio:

Un día de entierro es una aspereza; una incomodidad infinitamente jodida.
Uno piensa, en su soledad, que quizás no lance lágrimas de pena durante el tránsito postrero de la lápida sobre la fría tierra. Pero no; gran error. Tan grande como el desgarro que esa pérdida deja…
Se trata de la definitiva partición de "tu mundo" en dos: de los que se quedan y de los que se van. Un dolor que estruja el alma; que casi la mata... Menos mal que la lágrima, atribuida a débiles en otras épocas, es ya consuelo “normal” que infinitas cosas limpia; o que al menos suaviza esa embestida tan perra como es la muerte de quien verdaderamente quieres.
Gracias …
Por tu sonrisa, tu ironía… Por tu voz casi quebrada. Por los sonoros "¡Jueves!" que expresabas ante sorpresas del día a día, y que tanto juego daban a la intimidad de mis sonrisas junto a tu hija. Por esos tintos que regaron no pocas tardes de domingos y que dejaron una banda sonora impresa en mi memoria: “Domingo Rojo”; joya regalada por Jose, de Silvio Rodríguez, en la fría Cañada, mientras reíamos alrededor de una gran mesa repleta de chuletas y longanizas humeantes. ¿Recuerdas…?
Gracias… Por "mis" primeras carreras de Alonso, gestadas entre las emociones y curiosidades de quien se adentra en un espectáculo que poco antes le quedaba lejos. Por esos ojos últimos que miraban al cielo, como suspendidos, pensativos, porque ya la tierra empezaba a molestarles…
Por tu mujer, verdadero ángel físico, cuya humanidad inundará por siempre toda la largura y hondura de mis sentimientos. Por tus hijos, afortunados encuentros con los que he crecido alto; en todo… ¡Y por tu hija! Amor imprevisto. Mas amor nunca antes en mí, visto. Pues en ella me veo. Me reconozco. En ella crezco.
Y que la vida me dovolvió, cuando justamente pensé que la perdí.

Así que reflotado ya ese barco, y cargado de dichas que no merezco, te digo: Tómate otra, anda… ¡Que ya tardas!
Por cierto, está bajo tu pierna derecha, por si no te has dado cuenta.
En tu nueva cama de madera…

19 de noviembre de 2008

(Claudio Rizo)
martes, 25 de noviembre de 2008 | By: Abril

El Diario de Lucía Maraver


Querido diario:

Hace tres años que no escribo. Hace tres años me fui de viaje en busca de la felicidad y haciendo autostop hacia el país de los sueños conocí al hombre perfecto, Amor nº 14. Para castigarlo por haber tardado tanto tiempo, me casé con él. Es maravilloso, más de lo que nunca pude imaginar. Tan perfecto como los castillos de arena que fabrica para mí. Acabo de hacer dorada a la veneciana, en estos años he aprendido a cocinar. Ya no veo la tele nunca. Aborrecí los programas que veía, porque cuando los ponía era una pelea continua con Amor nº 14. No quiero que se enfade conmigo. No he aprendido nada. Actúo igual que lo hacía con los anteriores. Siempre he tenido miedo al abandono. Ese es un trauma que jamás superaré. Se lo debo a mamá, pero ella ya no lo recuerda…
Enciendo el ordenador todos los días. Varias veces. Estoy enganchada y esa es mi única adicción. Escribo mientras pienso y no sé muy bien qué pongo.
En la habitación de la hija que nunca tendré hemos instalado la biblioteca. El saber ocupa mucho espacio en esta casa. No es un hogar, es sólo una casa bonita en una urbanización de lujo. Amor nº 14 no echa en falta a la hija que nunca tendremos, sólo yo pienso en cómo sería su vida, de haber existido. No veo su cara, pero sí una cuna preciosa en forma de nuez gigante. Creo que voy a separarme. Acabo de redactar una decisión antes de haberla tomado. Voy a sacar a mi hija invisible de su preciosa nuez gigante y me voy a marchar por la puerta. Amor nº 14 no se merece esto. Es una buena persona. No tiene aristas, es lineal y previsible. Sé que lo pasará mal. Pero voy a dejarle. Hay más. El-imaginario-hombre-casi-perfecto ha estado estos días rondando por mi vida. Y me han entrado las dudas. No lo niego.
El caso es que vuelvo a casa. Ya no me reconozco en los espejos y eso me afecta. Tengo que volver a encontrarme.

Lucía

(La Dama)
lunes, 24 de noviembre de 2008 | By: Abril

Carta a Noah


Querido Noah:
Escribo estas líneas a la luz de las velas, mientras tú duermes en la habitación que hemos compartido desde el día de nuestra boda. Aunque no alcanzo a oír tu respiración, sé que estás ahí, y que pronto me acostaré a tu lado, como siempre. Sentiré tu calor, el bendito consuelo de tu proximidad, y tu respiración me guiará lentamente hasta el lugar donde sueño contigo, con lo maravilloso que eres.
La llama de la vela me recuerda a un fuego del pasado, que contemplé vestida con tu camisa y tus vaqueros. Entonces ya sabía que estaríamos juntos para siempre, aunque al día siguiente titubeara. Un poeta sureño me había capturado, robándome el corazón, y en lo más profundo de mi ser, supe que siempre había sido tuya. ¿Quién era yo para cuestionar un amor que cabalgaba sobre las estrellas fugaces y rugía como las olas del mar? Así era entonces, y así es ahora.
Recuerdo que al día siguiente, el día de la visita de mi madre, volví contigo. Estaba asusta­da, como nunca en mi vida, porque temía que no me perdonaras que te hubiera dejado. Cuando bajé del coche, temblaba, pero tú sonreiste y me extendiste los brazos, ahuyentando todos mis te­mores. "¿Te apetece un café?", dijiste simplemente. Y nunca volviste a sacar el tema. Ni una sola vez en todos los años que hemos vivido juntos.
Tampoco protestabas cuando, en los días siguientes, salía a caminar sola. Y si regresaba con lágrimas en los ojos, siempre sabías cuándo debías abrazarme y cuándo dejarme sola. No sé cómo lo sabías, pero lo hacías, y con ello me facilitaste las cosas. Más adelante, cuando fui­mos a la pequeña capilla e intercambiamos ani­llos y votos, te miré a los ojos y comprendí que había tomado la decisión correcta. Más aún, comprendí que era una tonta por haber dudado. Desde entonces, no me he arrepentido ni una sola vez.

Nuestra convivencia ha sido maravillosa, y ahora pienso mucho en ella. A veces cierro los ojos y te veo con hebras de plata en la cabeza, sentado en el porche, tocando la guitarra, rodea­do de niños que juegan y baten palmas al ritmo de la música que has creado. Tu ropa está sucia después de una jornada de trabajo, y estás ago­tado, pero aunque te sugiero que descanses un poco, sonríes y dices: "Es lo que estoy haciendo ". Tu amor por los niños me parece sensual y apa­sionante. "Eres mejor padre de lo que crees", te digo más tarde, cuando los niños duermen. Poco después, nos desnudamos, nos besamos y estamos a punto de perder la cabeza antes de meternos entre las sábanas de franela.
Te quiero por muchas razones, pero sobre todo por tus pasiones, que siempre han sido las cosas más maravillosas de la vida. El amor, la poesía, la paternidad, la amistad, la belleza y la naturaleza. Y me alegro de que hayas incul­cado esos sentimientos a nuestros hijos, porque sin lugar a dudas enriquecerán sus vidas. Siem­pre hablan de cuánto significas para ellos, y entonces me siento la mujer más afortunada del mundo.

También a mí me has enseñado muchas cosas, me has inspirado, y nunca sabrás cuánto significó para mí que me animaras a pintar. Ahora mis obras están en museos y colecciones privadas de todo el mundo, y aunque muchas veces me he sentido cansada o aturdida por exposiciones y críticos, tú siempre me alentabas con palabras amables.
Comprendiste que necesitaba un estudio, un espacio propio, y no te preocupabas por las man­chas de pintura en mi ropa, en mi pelo o incluso en los muebles. Sé que no fue fácil. Sólo un hombre de verdad puede soportar algo así. Y tú lo eres. Lo has sido durante cuarenta y cinco maravillosos años.

Además de mi amante, eres mi mejor amigo, y no sabría decir qué faceta de ti me gusta más. Adoro las dos, como he adorado nuestra vida en común. Tú tienes algo, Noah, algo maravilloso y poderoso. Cuando te miro veo bondad, lo mismo que todo el mundo ve en ti. Bondad. Eres el hombre más indulgente y sereno que he conoci­do. Dios está contigo. Tiene que estarlo, porque eres lo más parecido a un ángel que he visto en mi vida.
Sé que me tomaste por loca cuando te pedí que escribieras nuestra historia antes de mar­charnos de casa, pero tengo mis razones, y agra­dezco tu paciencia. Y aunque nunca respondía tus preguntas, creo que ya es hora de que sepas la verdad.
Hemos tenido una vida que la mayoría de las parejas no conocerá nunca, y sin embargo, cada vez que te miro, siento miedo porque sé que todo acabará muy pronto. Los dos conocemos el diag­nóstico de mi enfermedad y sabemos lo que significa. Te veo llorar, y me preocupo más por ti que por mí, porque sé que compartirás mis sufri­mientos. No encuentro palabras para expresar mi dolor.
Te quiero tanto, tan apasionadamente, que hallaré una forma de volver a ti a pesar de mi enfermedad. Te lo prometo. Y por eso te he pedido que escribieras nuestra historia. Cuando esté sola y perdida, léemela —tal como se la contaste a nuestros hijos— y sé que de algún modo comprenderé que habla de nosotros. En­tonces, quizá, sólo quizá, encontremos la mane­ra de estar juntos otra vez.
Por favor, no te enfades conmigo los días en que no te reconozca. Los dos sabemos que llega­rán. Piensa que te quiero, que siempre te querré, y que ocurra lo que ocurra, habré tenido la mejor vida posible. Una vida contigo.
Si has conservado esta carta y la relees, cree que lo que digo vale también ahora. Noah, dondequiera que estés y cuando quiera que leas esto, te quiero. Te quiero mientras escribo estas líneas, y te querré cuando las leas. Y lamentaré no poder decírtelo en persona. Te quiero con toda el alma, marido mío. Eres, y has sido, lo que siempre he soñado.
Allie

(Nicholas Sparks, "El Cuaderno de Noah")
jueves, 20 de noviembre de 2008 | By: Abril

Tu imagen vagando en mi recuerdo


La última vez que te visité, te encontré más callada de lo normal, parecía como si el frío polar que sufrimos te hubiera calado los huesos y se hubiera instalado en tu alma, si es que aún la posees… Tu aspecto era gélido y rígido como la puerta de mármol que da entrada a tu casa. Las flores de tu jardín estaban en el suelo, caídas por el furioso viento que no dejaba de chillar. Su silbido se me colaba por los oídos, escalando por mi escalera de caracol auditiva, me gritaba desde dentro palabras ininteligibles que no me molesté en descifrar. Me agaché y coloqué las flores en su sitio, allí donde pudieras verlas pues son tu debilidad.
Los árboles, alzándose por encima de nuestras cabezas, me transmitían entre susurros los mensajes de almas atormentadas por el tiempo y el dolor.
De pie frente a ti te observé durante unos minutos, balbuceando palabras en un idioma inventado que solo tú y yo podemos entender. Me atendiste con paciencia, sin interrumpirme, como siempre…
Pude leer tu sonrisa en las letras del frío mármol, contemplar tus dulces ojos. Me hablabas en silencio y yo te escuchaba en mi interior.
Te di un beso de despedida, como siempre… un beso que se enfrió al tocar tu piel.
Y entre el silencio de las tumbas, aún puedo escuchar tu voz…
Tu imagen vagando en mi recuerdo.


(Elisabeth Turu)
viernes, 14 de noviembre de 2008 | By: Abril

Carta a Luis


Madrid, 1 de noviembre de 2006

Querido Luis:

Hace una semana me decidí a abrir la caja de recuerdos de nuestra relación y los papeles que sólo estaban impresos por una cara, empecé a usarlos como papel reciclado.

Hice dos montones. Uno lo dejé en la cesta de mimbre del salón donde antes dormían apiladas las revistas viejas. El otro me lo llevé a la oficina y lo coloqué en una bandeja encima de la cajonera.

Sobre el programa del Réquiem de Verdi que vimos en Praga, tomé algunas notas en la reunión de tráfico de los lunes.

En la servilleta del bar de Malasaña donde nos enrollamos, hice unos dibujos tontos mientras hablaba por teléfono con un proveedor.

Sobre la factura de la casita de Cabo de Gata a la que fuimos en Semana Santa, apunté la lista de la compra.

Detrás de la foto de Carnavales, en la que íbamos disfrazados de Adán y Eva, escribí "Miércoles 15, dentista a las 16:30".

Sobre el e-mail que me mandaste para darme ánimos cuando murió mi perra, apunté una receta de merluza con salsa de pimientos que descubrí en un programa de la tele.

En el reverso de la entrada del concierto de Madonna, le dejé escrito a la asistenta que, por favor, comprara ella los productos de limpieza.

Detrás del post-it que me dejaste en la puerta del frigorífico con un corazón atravesado por una flecha, tomé nota de los números ganadores de Euromillones. Sobre la carta en la que me decías que no podías vivir sin mí, apunté el teléfono de un chico que conocí en la fiesta de cumpleaños de María.

La montaña de papeles de la oficina se acabó rápido. La de casa va por el mismo camino. No sabes lo bien que me siento después de haber contribuido a la preservación del medio ambiente.

Un beso. Cristina.

(María Jesús Baratas del Pozo. Carta finalista del VI Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor)
lunes, 10 de noviembre de 2008 | By: Abril

Carta de un Minuto


Hola Javier:

Te escribo desde el aeropuerto, camino de Senegal (al final conseguí la Beca del Ministerio) y dejo muchas cosas atrás. Algunas las he dejado cerradas, otras están esperando mi regreso, como el equipo del hospital, y otras, se quedaron en el aire. Ya sé que fuiste tú el que me dejó hace tres meses, y quizás me esté costando olvidarte.

Pero es este alejamiento el que me da la fuerza para decirte las cosas que no te dije en su momento, y es que no le temo ya a nada. Por eso te puedo decir con auténtica franqueza que te desprecio.

Si, te desprecio por negarme los cafés de por la mañana en nuestra cama, por quitarme el roce de tus manos al apartar un mechón de mi cara, por cerrarme tus ojos y no poder ver ya nada sin ellos, por robarme besos en el pasillo del hospital, por alejarme de tu cara, por dejarme vacía si no estás dentro de mi. Te desprecio por hacerme llorar, por el frío durante estos tres meses, por la mudez de mis labios secos, por la cojera de mi corazón, por la soledad en las sábanas, por la angustia en los pasillos, por la pena de cuatro años y este final. Te desprecio porque Madrid ya no es igual, por mis amigos que eran todos tuyos, porque la pasta al pesto me sabe rancia, porque las butacas del cine son incómodas sin tu hombro al lado. Te desprecio por los hijos que no hubo, por las vacaciones que nos faltan, por no tener una hipoteca conjunta, porque me vas a faltar el resto de mi vida.

Me voy, están avisando mi vuelo, no sé si me dejo algo más, pero creo que es suficiente para decirte como me siento. No espero saber nada de tí, como tú ya no sabrás nada más de mi. Sólo quería decirte que todo lo que te desprecio es por todo lo que te amé.

Simplemente,

Ana

(Mónica Cuesta. Carta finalista del II Concurso Antonio Villalba)

Flores de Nata


Ayer tuve una cita. No es que me apeteciera mucho, la verdad, pero Linda insistió tanto que no pude negarme. Quizá hubiera sido más acertado hablarte antes de ella. El domingo me acerqué a esa floristería con forma de invernadero. ¿Te acuerdas, Sonia? Cuando paseábamos por el bulevar te detenías delante de los ramilletes del escaparate y yo disfrutaba al oírte pronunciar aquellos nombres tan raros.

Elegí unas orquídeas y una docena de rosas blancas, pero cuando ya iba a pagar me arrepentí. Para qué disgustarte si aún no era seguro que saliera con Linda. Y me alejé de la tienda, aflojándome el nudo de la corbata.

Mira que ha pasado tiempo, Sonia, pero cada vez que me ajusto la corbata es como si viajáramos de nuevo en el coche de línea. Aquella mañana radiante en que Patones se fue quedando atrás por la ventanilla y, como quien no quiere la cosa, me aconsejaste que vistiera siempre con corbata, que parecía más elegante con ella. Y también lo reviví ayer, mientras intentaba convencerme de que no es delito quedar con una compañera de la oficina. Y menos aún en estas fechas. Ponte en mi lugar, Sonia, le di largas desde mayo. A los cincuenta ya no tiene uno ganas de flirteos, pero Linda es la nueva redactora del periódico. No tiene amigos en Madrid, la pobre llegó trasladada de Valencia. Insistía en que tomáramos un café al acabar el trabajo, pero me opuse durante meses.

Me inquietaba lo que pudieras sospechar. Que vieses fantasmas donde jamás han existido y me inventé mil excusas. Las consultas al dentista, una avería morrocotuda del coche, qué sé yo. Nunca se me dieron bien los engaños, Sonia, y tal vez Linda lo notaba. Quizá pensase que no quería salir con ella. Lo cierto es que me planteó un ultimátum. No te figures que me resultó fácil. Pasé toda la jornada dándole vueltas, mientras revolvía de un montón a otro los artículos de prensa del archivador. Sin olvidarme de ti ni un segundo, Sonia. Dudaba si aceptar o no. Y eso que salí tan decidido del ático que cerré todas las ventanas. Me sigue molestando que se desperdicie la calefacción y quedarme muerto de frío cuando regreso a casa. Pero te prometo que no imaginé que te enfadarías de esa manera, por eso me animé y escribí un correo a Linda, diciéndola que sí, que la esperaba a las cinco ante la puerta giratoria del diario.

A estas alturas no pienso engañarte, Sonia. Me lo pasé bien, no puedo negarlo. Al cruzar junto a Nebraska me empalagó el aroma de los primeros roscones. Cómo no recordarte. Pero mis pensamientos eran tan fugaces como la riada de gente que me embestía en la plaza de Bilbao. Yo ya no estoy acostumbrado a estos guirigáis, Sonia. Sólo atravieso la ciudad en coche y a las seis suelo encerrarme en casa. Pero Linda no se cansaba de señalar con el dedo, como una niña maleducada. Si la hubieras visto, Sonia. Sin darme tiempo a relajar los ojos, mostrándome el Papa Noel que trepaba en un balcón, las guirnaldas tendidas en las farolas, como si el forastero fuera yo. Se me hacía tan insólito caminar al paso de otra mujer, Sonia… Hasta ayer no había advertido que tenéis un brillo semejante en la mirada. Tanto que mientras tomábamos un irlandés en el Café Comercial, temí que con solo fijar sus ojos en los míos intuyera mis pensamientos, como tú al observarme.

No te saqué a relucir, Sonia. Tampoco hizo falta. La tarde transcurrió como en las sobremesas que pasábamos con los amigos, todo el tiempo charlando. Bueno, yo no, Sonia, a mí sigue sin molestarme permanecer callado. Pero Linda es tan locuaz. Cambiaba de un tema a otro con la misma soltura con que hizo desaparecer los cacahuetes bañados de chocolate. No probé ni uno, se los zampó todos ella. Yo me ausentaba a menudo. Me sentía tan distante al acercar la cucharilla de nata a mi boca y me acordaba de ti, tras merendar un pastel, sin limpiarte aún los labios. Tuve tentaciones de irme, pero Linda al terminar se sacudió las manos en el vestido de flores y en voz tan baja como una confesión me dijo que los frutos secos le chiflaban. No hace falta que lo jures, la respondí alejando mi oído de sus labios, y por eso tuve que pedir otro café, sólo por eso, Sonia, para que nos llenaran de conguitos el plato. Jamás he pecado de roñoso, y no deseaba dar esa impresión en mi primer encuentro. Una cosa es ser reservado, Sonia, y otra muy diferente tacaño.

Caí en la cuenta de que nunca estuve en ese Café contigo, Sonia. Y te añoré como cada mañana al arreglarme para acudir a la oficina, cuando me prendías el alfiler de la corbata. Y eso que el local permanecía muy animado. Desde lejos escuché a Linda repasar las exposiciones de fotografía que se inauguran estas navidades, mientras pensaba que te hubiera encantado el trasiego de los camareros con sus pajaritas y el sabor delicioso de la nata. Pero Linda esperaba una respuesta. Es como si te hubieras aprendido de memoria una guía cultural, la comenté. Ocultó la mirada en el suelo plagado de servilletas inservibles y me reconoció que nunca iba a verlas, que prefería hacerlo acompañada. Entonces se fue al servicio, Sonia, y entretuve mi tristeza fingiendo que me interesaban los cuadros del bar y Linda sin volver del cuarto de baño.

No entiendo cómo pudo suceder. Quizá porque ya no acostumbro a tomar alcohol, Sonia. Nunca lo hago. Como mucho una cerveza antes de cenar, pero de whisky nada. Perdóname. Pero me hizo gracia cuando Linda comentó que me envejecían mis vestimentas. Quizá si me peinara de otro modo y si no llevase corbata. No es cuestión de apariencias, sino de edad, respondí. Pero en aquel instante no medité lo que me hacía, por un momento, Sonia, debí olvidarte. Y mientras me aseguraba que no era viejo, dejé que Linda me echara hacia atrás el flequillo y deshiciera la lazada. Me dejé quitar la corbata y la guardé en un bolsillo. Tal vez debí sentirlo, Sonia, pero no lo hice. Al poco rato, salimos del local y acompañé a Linda a coger un taxi. No sucedió nada más, Sonia. Te lo prometo. Excepto que ella se tomaba vacaciones y me entregó una tarjeta de visita. Por si te animas a asistir a una exposición estas navidades, me dijo, y la vi desaparecer en el taxi. Yo preferí volver a casa andando, total no estaba lejos y necesitaba un poco de aire. Aunque me ensordecieran los petardos que los chavales tiraban junto al mercado de la plaza de Barceló, donde hacíamos las compras las mañanas de los sábados.

No he sido del todo sincero contigo. Lo cierto es que prefería retrasar el momento de volver a casa y hacía una noche tan agradable. El viento imprescindible para formar remolinos y tanta vida en las calles como si fueran las once de la mañana. Me acordé de los domingos cuando íbamos a los cines de la Gran Vía, como dos novios de la mano, y luego discutíamos porque yo prefería comer unas bravas en Espoz y Mina y tú merendar una reina de nata. ¿Qué hubiera sido nuestra vida sin esas discusiones? Acababas saliéndote con la tuya, Sonia, y entonces me incomodaba, pero ayer no, ayer tenía la risa floja mientras regresaba a casa y me complacía recordar. De modo que no reparé en que no me había vuelto a poner la corbata.

Fue al entrar en el vestíbulo. Saqué la prenda hecha un guiñapo del bolsillo de la cazadora y sólo entonces lo sentí, Sonia. La terraza abierta de par en par, y yo que habría jurado… La cerré, ¿a qué sí? Sí, sé que la cerré, Sonia, porque iba a tardar, porque salí casi convencido de que me iba a pasar la tarde con Linda, tomando un café. O dos. Qué tiene eso de malo. Allá afuera, asomado a la barandilla, estuve a punto de hacer confeti con la tarjeta de Linda y dejar que se la llevase el aire. Que los trozos volaran entre las chimeneas y los neumáticos de los coches. Aunque te parezca mentira, a esas horas quedan muchos circulando. Pero preferí cerrar las ventanas, sentarme en el butacón frente a tu fotografía y mirarte fijamente. Tus ojos me parecieron de un tono más mate que el que yo recordaba. Quizás la calidad del papel. Por eso, Sonia, hoy volví al puesto de flores. Supongo que no me será sencillo acostumbrarme. Por lo pronto he cambiado la corbata por un foulard de seda, así no sentiré la garganta tan desprotegida como si no llevase nada. He colocado las orquídeas y las rosas en el jarrón junto a tu foto. El blanco siempre te favoreció, Sonia. Aunque te manchara los labios.

(Silvia Fernández. Carta finalista del VII Concurso Antonio Villalba)
domingo, 9 de noviembre de 2008 | By: Abril

Carta a un Pez Azul


Qué extraño se me vuelve hablar otra vez contigo. Ya son 19 años desde que te dejé en aquella playa nuestra de paseos interminables y vomitonas nocturnas. Nunca te sentó bien beber. No he vuelto a escuchar reflexiones tan dolorosas ni a sacar discursos tan febriles y negros de esta cabeza donde siempre se revuelve todo de más.

No sé si ahora sería capaz, perdí el mapa para llegar a ese epicentro cuando me mudé a esta ciudad. Porque no te dije, pero me vine a vivir a Barcelona. Me casé con una de fuera, siempre dijiste que terminaría así. Nunca te creí. Eras más listo que yo pero menos duro, por eso yo sigo vivo y tú no. ¿Quieres oír algo gracioso? He sido feliz.

Tampoco te conté nunca lo que sentí aquella mañana mientras te subían a la ambulancia hinchado y azul como un pez. ¡Qué grandísimo hijo de puta! Yo tenía mis planes esa noche y tú por lo visto los tuyos, pero había tiempo para dar una vuelta. Echaste los restos en aquel último paseo. Ingenioso, socarrón y divertido hasta que me abrazaste. Nunca me habías besado y te disculpaste al separar tu boca de la mía. Te gustaba sorprenderme siempre pero esa vez, solo esa vez, el sorprendido fuiste tú. Me quedé parado ante ti, perdido frente a ese otro mar, cantábrico y rebelde, en aquella playa llena de jóvenes que apuraban la noche del sábado. Asustado frente a mis sentimientos me fui hacia una chica que lanzaba un vaso al agua y la besé.

"¿Ves que no es nada difícil?" Te lo dije riéndome y sin mirarte a los ojos. Con la sorpresa sin réplica de la chica como testigo. También te reíste y en un arranque de audacia impropia de ti me pediste repetir la broma. Eché a correr por la arena. Caí. Estaba húmeda. Se me pegó en las manos. Me entró en la boca y en los ojos. Dolía. Aquellos malditos granos salados dolían. Me levanté con un zapato en cada mano para poder seguir corriendo hacia la Escalerona. El corazón como un reloj que se hubiese vuelto repentinamente loco marcaba un ritmo hacia atrás. Y yo, indómito como nuestro mar, hacia adelante. No sabes lo difícil que fue no mirar atrás. Alcancé la baranda y entré en el paseo marítimo, jodido pero entero. Fue una noche larga, Javier. Terminé en la explanada de la Escuela de Industriales. Gané la carrera de derrapes. Reventé una rueda, Juan, Chechu y los demás me ayudaron a cambiarla. No veas la caras y el abollón del coche. Gané la carrera y el respeto de aquella banda de descerebrados que llamábamos amigos.

Volví a casa de madrugada. Mi madre me esperaba nerviosa en el salón. De pie. Me asusté al mirarla a los ojos. La tuya había telefoneado histérica porque aún no habías aparecido. La tenías acostumbrada a la llamada de media noche desde que estabas en tratamiento. Tengo una nena de siete años, igual que tú es hija única y tardía. Clara, mi mujer, no puede tener más. ¡Cómo te sigo extrañando, cabrón!

Recuerdo que salí corriendo delante de los gritos de mi madre que me persiguieron hasta el portal. Su voz como un huracán arremolinándose en el hueco de la escalera sin lograr alcanzarme. Todos te buscaban ya.

Eran las once y la mañana estaba gris. La lluvia no era limpia ese día. Dejé de correr a la altura de la calle Covadonga. Mientras caminaba hacia la playa, recordé fragmentos sueltos de conversaciones que habíamos tenido. Mira que declararte ateo porque no te encajaba la idea del demonio. Bien que intenté hacerte entender que el demonio no tenía que cuadrar en nada. Que o se creía en él o no se creía, pero cuadrar... por más que te empeñases no cuadraría nunca. Que las cosas de Dios son eso, Fe. Y o la tienes o no. La culpa la tenían aquellos libros de filosofía que te empeñabas en entender. La verdad es que tenías cojones. Si hasta dejó de hablarte aquel profesor chiflado porque le sacaban de quicio tus argumentos que al final del primer trimestre ya era incapaz de rebatir.

Llegué a la zona de Capua sin estar seguro del camino que había seguido. Me dejó helado la corriente que por allí penetra sin miramientos la ciudad. Crucé al paseo y vi las luces de la ambulancia. La policía había acordonado la zona con cintas tricolores atadas alrededor de las farolas. No sé por qué pensé en una inauguración en la que yo fuera el encargado de cortar la cinta. Pero sólo tenía mis manos y un uniformado me detuvo. No se podía pasar hasta que llegase el juez para ordenar el levantamiento del cadáver.

Y al fin te vi. Como si hubieses encallado en la arena después de haber perdido el rumbo. Igual que aquel delfín, ¿recuerdas? Apareció una madrugada y fue primera página en la prensa local. Igual tú diste que hablar. Una parte de que el caso siguiera en boca de todos meses más tarde la tuvo tu apellido, la otra por entero la teatralidad que te empeñaste en ponerle a ese acto final. Extraño los silencios crípticos de aquel juego a dos bandas y excluyente. Pienso que por fin te he perdonado. Será por eso que te escribo. No sé qué es peor, si el peso del rencor o el dolor de la ausencia. La soledad ha vuelto a acorralarme, la misma a la que bautizaste ridículamente para poder burlarte de ella. Tú tan listo y se te escapó que nombrar es permitir que algo ignorado entre a formar parte de uno. El gran pez azul me ha cogido por sorpresa Javier. No sé como sacármelo de dentro.

(Mar Rodríguez Coya. Carta finalista del VI Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor)
martes, 7 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta del revuelto de verduras



No te olvides de apagar el fuego al acabar de cocinar el plato de verduras y de comértelo caliente, el plato, mi amor, no el fuego. El fuego, ese fuego nuestro, déjalo encendido para después de cenar, así, cuando llegue a las tantas de la madrugada del trabajo, con los pies hinchados y la cara de derrota, como siempre, te procuraré cálido en la cama y mi cuerpo sentirá que nada le falta.

Pero la cena a fuego manso, a ese fuego que, como el nuestro, mezcla todos los sabores hasta que sólo permanecen esencias profundas, y no me vengas con que no te gustan las acelgas, los puerros, los tomates, las cebollas? sólo tienes que prepararlos con cariño aunque sea comida de pobres y de tierra que nos regresa a la lama. Los lavas bien, los troceas, haces un sofrito con aceite de oliva y los vas metiendo poco a poco en la sartén con un vaso de agua, el agua que nos purifica y que nos salva de los naufragios del resto del día, el agua roja de los besos con pan enmohecido que guardo dentro de las noches en las que llego con olor a bar, a tabaco, a copas, a grifos y estruendos de televisión, impregnada de toda esa humedad de la que necesito cobijarme por ser en exceso agresiva. Y después el fuego, ese fuego de desear arder y de liberar la piel en tu piel donde todos los sabores se intensifican. Acuérdate de apagarlo, el otro fuego, digo, quince o veinte minutos después de que hiervan las verduras tristes pero deja la ilusión intacta para cuando yo llegue y me meta aterida a tu lado en la cama. Hoy no querré que me hables de lo difícil que resulta encontrar un nuevo empleo, de esos problemas que desde hace tanto nos trastornan y te gritan en las narices no, no, no, mientras el tiempo, nuestro tiempo se evapora, compañero, como humus vegetal, sin rumbo ni camino. Hoy sólo quisiera el hablar de tus manos callosas y aquellos besos fuertes de antaño, háblame del hombre que te hierve por dentro, del hombre que te nace, como verduras en éxtasis, háblame en silencio, al oido, mi amor, dime, dime que es mentira que la muerte se te apareció en una carretera cualquiera mientras cruzabas, dime que vas a estar cuando yo llegue a casa, que vas a estar, caliente y feliz, esperándome, después de cenar, aún con ese fuego visceral en la mirada.

Carlota H. V.

(Beatriz Dacosta. Carta finalista del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor)
lunes, 6 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta del sueño prometido



El otoño intenta emular ingenuamente a la primavera en las noches de luna llena del sur, pero sus pasos de vidrio lo delatan cuando se disfraza de lluvia. Pasa el tiempo sin pasar como si dependiera de un reloj de arena infinitamente lento. Tras los cristales se oye la respiración del viento que llama a mi ventana. En los llanos duerme el polvo hecho barro por la lluvia como huesos de siglos molidos entre las vastas ruinas de la tarde. Mientras tanto en un recoveco del día en el que mi sombra y yo solemos escondernos, voy a la deriva, al encuentro de mí misma en el mar borroso de tu recuerdo...
He encendido una vela blanca en honor a ti, para hacer más íntimo el ritual de enviarte mis pensamientos en un sobre etéreo. Y a medida que sigo escribiendo, siento como tu presencia se hace más cercana.
Puedo verte en tu habitación, una habitación como en la que estoy yo ahora, desde donde te escribo, en cualquier otra parte del mundo...a solas, leyendo mi carta virtual. Hoy te echo especialmente de menos.
Puedo cerrar los ojos y sentir que estás ahí . Puedo ya rozar tu cuello con mis labios...oler tu ropa y tus manos, suaves como una caricia misma, deslizándose por mi espalda...mi cintura...mis caderas. Iniciar el descenso vertiginoso y la escalada atropellada por mis piernas...Y así vamos creando un festín para dos cuerpos a solas.
En la inmensidad de la noche esculpimos un dios instantáneo y tallamos el vértigo por la anatomía sinuosa del otro...Puedo sentir tu aliento y tus labios húmedos en mi cuello. Tus dedos enredados en mi pelo. Puedo notar cómo te estremeces, mientras te aferras a mis muñecas y nuestras manos se unen como si tuvieran miedo a separarse de nuevo. Puedo sentir como tus pulsaciones se aceleran mientras te miro a los ojos con una sonrisa de complicidad, para ver la expresión de tu cara cuando se excita cada centímetro cuadrado de tu piel. Cierro los ojos para sentirte plenamente y oigo las palabras que murmuras en este estado de obnubilación al que llegas...al que llegamos.
Puedo sentir como juntos derrumbamos muros ocultos, viejos pesos muertos que arrastramos desde hace tiempo. Puedo contemplar cómo exhaustos de placer y húmedos de deseo, nos fundimos en un abrazo infinito, y dos cuerpos se convierten en un todo en mitad de la noche –tantas veces necesité esos abrazos...-.Y ninguno de los dos quiere decir nada para no romper ese silencio que lo dice todo...
Sin lugar a dudas el alma existe porque hoy que no estás aquí, siento que me duele...

(La Dama)
sábado, 4 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta de Desamor



Querido Alfredo:

(¿Me está permitido decirte querido?)
Recibí tu carta esta mañana, cuando apenas me levantaba, y me marcó el día.
Salí a caminar, recorrí los lugares que caminamos juntos, abrazados. Claro, lo primero fue salir a la calle, y pisar el lugar en donde nos besábamos al acompañarme hasta la casa, y en donde ideamos delicias secretas que la gente al pasar no estaba seguras de ver, gracias a los muchachos que rompieron el farol de alumbrado.
No es fácil ubicarse con el recuerdo y los sentimientos en ese lugar, con la decisión que has tomado. Recuerdo cada una de nuestras caricias, recuerdo como brotaba tu excitación cuando mi pierna se cobijaba entre las tuyas, como mi lengua parecía perderse en tu boca, era una mariposita aleteando en busca de néctar.
Debo ahora enterrar las sensaciones: el vello erizado, los dos botones endurecidos en mi pecho con tus caricias, el calor en las mejillas, el cosquilleo que brotaba en lo más íntimo de mi cuerpo.
No entiendo lo que pasó. Ibas a tomar tu curso y regresar, resolvimos que íbamos a seguir como estábamos, que lo nuestro merecía continuar... tu prometiste escribirme casi a diario un mail, lo cual cumpliste en principio y comenzaste a espaciar.
No se me ocurrió que podía ser todo simplemente una situación que se da entre un hombre y una mujer, y que luego se disipa como tormenta, dejando desorden y desapareciendo.
Que estés con otra mujer en una relación estable no me parece creíble, porque estabas conmigo en una relación estable, o sea que no puedo, no quiero entender qué es para ti una relación estable, si el paso que íbamos a tomar al regresar tú era irnos a vivir juntos.
Me lo cuentas por carta. Has cerrado entonces la posibilidad de vernos, supongo, y habrás pensado que la ocasión ameritaba una carta y no un mail. No sé lo que pensaste, a esta altura de la historia no sé que pensar.
Acostarme amándote y siendo (o creyendo ser) amada por ti, para en la mañana despertar a una nueva relación entre los dos o una no-relación.
No voy a recriminarte nada, supongo que nadie está exento de dañar a alguien, consciente o inconscientemente: Sólo espero que no te equivoques, porque habrías destruído a dos personas.
Supongo que pese al dolor, raramente, me doy cuenta de mi amor por ti, que tardará en anestesiarse y seguro quedará como una cicatriz que me recodará de tiempo en tiempo (como las físicas los días que está malo el clima) lo que pasó.
Sigamos adelante con nuestras vidas, cada uno por su camino...
Te quiere
Lucía
(De la web: Carta de Amor)

Carta a ti(mi) misma:



Hola.
Soy tu alma gemela. Bueno, no exactamente. Soy tú, la que ves cuando te miras en los espejos. Hasta ahora siempre he permanecido callada, imitándote los movimientos al milímetro. Tengo muy dominada la técnica y cada vez me resulta más fácil, excepto cuando cierras los ojos, claro, que entonces no me ves y me permito tomarme ciertas licencias. Por cierto, lo haces mucho, muchísimo. A cerrar los ojos, me refiero. Conociéndote sé que entras en una especie de viaje astral, en el que tratas de abstraerte de todo aquello que no te gusta del mundo en el que vives, que es justo el inverso al mío.
Soy tú. Sí, ya sabes, esa silueta que la gente ve algunas noches de luna llena dando vueltas por la ciudad. Te gusta imaginar que tu vida se compone de una secuencia de video-clips y te deslizas con movimientos suaves, acompasados, como si siguieras el ritmo del preludio de Thriller y en cualquier momento fuera a parecer Michael Jackson con una corte de zoombies, para ser tu partenaire. Son inconfundibles tus pasitos cortos y ágiles, como si caminases por el agua. Soy tu otro yo, la de la mirada perdida en otros mundos y la media sonrisa, que se torna en mueca o mohín, según los atardeceres que acuden a tu ventana.
Soy la actriz de esa película que recuerdas en sepia, con cigarrillo al borde de los labios -como si estuviera a punto del suicidio arrojándose desde ellos- con la ceja arqueada bajo el sombrero de medio lado. Soy la mujer que reparte saludos, pero malvive huérfana de abrazos. Soy esa ingenua que cree que el amor mueve el mundo desde que tiene uso de razón. Esa que adquirió la cordura de golpe, tras casi perder la vida o ganarla –según se mire- una mañana de febrero.
Soy esa que camina descalza por la playa a finales de noviembre. La que habla con el mar desde los acantilados en los que se derrumba la ciudad en sombras. Soy la que acaricia a los perros abandonados y adopta a las almas sin dueño. Soy –eres- la que se enamoró por primera vez a los diez años y la que dio su primer beso a los dieciséis bajo una lluvia de fuegos artificiales y desde entonces no ha dejado de darlos. Besar resulta a veces pernicioso para la salud cardiaca. Besar es un vicio. Una vez que empiezas no dejas de hacerlo nunca, porque tus labios ya no te pertenecen y no responden a un orden natural, sino a un impulso.
Soy la que rompió unos cuantos corazones equivocados. Soy la que lloraba por amor o por algo que se le parecía mucho –y dicen que de amor ya nadie muere…tengo mis dudas-.Soy la que perdió algún que otro tren y acabó cogiendo el primer coche que le paró haciendo autostop. Soy la que vio trescientos amaneceres seguidos sin dormir y luego durmió quinientas noches, hasta que la despertó un príncipe azul que tenía demasiada prisa –un profesional del beso anti-encantamientos- que se marchó a besar a otras princesas hechizadas.
Soy la que perdió muchas cosas en este camino, pero ganó (ganaste) más. Conocí gente que creí que estaría conmigo toda la vida, que pronto desapareció y ahora se comporta como desconocida cuando nos cruzamos en la calle. Todos se llevaron algo de mí (de ti) y me dejaron (te dejaron) algo suyo. Me quedo con eso y con el recuerdo.
Soy la que conoció a otros pensando en que no me dejarían huella y siguen aquí, a mi lado. Puedo decir que reí mucho y lloré más. Lloré por dolor, por amor, por miedo, por alegría, por despedidas, por muertes, por nada…porque desahoga, porque humaniza, porque ennoblece, porque no pude evitarlo…Soy –eres- la que suele hablar a destiempo y eso me costó alguna amistad. Comprendí que a veces la verdad no siempre es el mejor camino, o al menos, no el más fácil. A veces invento verdades a medias. Creo que no hago mal a nadie. La vida es un puñado de verdades a medias que te ayudan a sobrevivir hasta que descubres la realidad.
No suelo (no sueles) enfadarme y me quejo poco. Creo que tengo muchas cosas. La mayoría son pequeñas e invisibles. Son las que me hacen más feliz.
Soy la que escribió muchas cartas en papel, que fueron contestadas por otras tantas que aún conservo. Son el testimonio de un pasado que recuerdo con nostalgia, pero sin ganas de volver a vivirlo. No echo de menos a la que fui, porque a pesar del paso del tiempo, sigo reconociéndome en los espejos y eso me gusta.
Querida amiga yo, pase lo que pase, no olvides seguir siendo tú (…guiño al espejo…).

(La Dama)
miércoles, 1 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta que nunca envié

Hola.
Hay una porción de líneas exageradas en cada retazo de recuerdo, (de tu recuerdo), y en cada noche de ambiguedad y de pájaros que logran que las lágrimas se me desbaraten entre los dedos.Las horas y su vástago el día, son meros formalismos que no sabrías apreciar, acaso yo no te dejaría... y en esta confusión que no alcanza a ser siquiera caos, conato de desorden, fragmentos, esbozos, réplicas, pretendo encontrar alguna pequeña forma de tí que ya se me escapa.No puedo dibujar tu rostro en ninguna parte de mí, ya no lo recuerdo, ya no percibo el espacio mínimo de tus ojos, la absurdidad de tus labios finos como puñales, y al igual que ellos, filósos y álgidos; tu talle breve en la inconmensurable noche, la demencia de tu cabello y su bruma saturnina. Es fácil describirlo usando el mero formalismo, pero está vacío de esa forma que hace al símbolo palpable.Lo he perdido acaso para siempre.
¿Cómo no extrañar? Quizás no la cara de una persona, quizás ni tan siquiera a una persona, pero hay actitudes que no se pueden obviar, que quedan guardadas en algún lugar con esa prepotencia tan indeleble como piel y alma.Tal vez no lo entiendas y no sea esta tu manera de ver las cosas, acaso te moleste mi actitud pedante de organizar un sacrificio de recuerdos, de programarlos para luego archivarlos definitivamente en una hoguera hasta que el vino y una mesa de amigos propongan el encuentro de aquellas innumerables hojas amarillas y ajadas.Pero es hojarasca falaz que la imaginación arropa con un poco de orgullo y otro tanto de vanidad, y así mismo es dificil hacerle frente a ese monstruo que dormita herido, presto a despertar y desgarrarnos una vez más con su garra tan suave.Es probable que tú tambien debas pelear a veces con algún monstruo que lleve algo de mis pieles y algún rasgo de mi máscara, me resulta enojoso precisarlo, te resultará fácil desmentirlo, y es algo que nunca sabremos.Me está vedado, por el momento, poner la realidad en una palestra y darle sus verdaderos colores, eso es algo que pertenece tan sólo a mi nostalgia y allí quedarán hasta que afloren alguna vez, o estallen un instante para luego morir.Ya lo ves, me he puesto horrorosamente nostálgico, mi parte dialéctica me exigirá explicaciones una vez que acabe de burilar el último símbolo.




lunes, 29 de septiembre de 2008 | By: Abril

Café frío. Carta de un miércoles



Le escribo, señor, detrás de este café matutino, urgente y necesario, que se va quedando frío, porque no hay lengua ni garganta, ni esófago ni glotis ni epiglotis que soporten tanto fuego. O a lo mejor sí los hay, que por ahí fuera hay gente muy dura, pero una no lo es, pese a la fama que algunos dicen que tiene en su vida no virtual.Café frío y vida blanda es lo que al final me queda. Vida blandita, como las magdalenas cuando las mojo en el café, frío, claro, que de tanto esperar mientras escribo, se me van al cielo todos los santos, el ángel de la guarda y las fiestas de guardar, y hasta el diablo ése que dicen que ronda por aquí, por mi cabeza seguro. Y ninguno de ellos es capaz de velar por mantener un poquito de calor en mi café, echar un soplo calentito que dé vida a estas manos heladas, que se deslizan temblorosas y duras sobre las letras, blandas, del teclado, duro.Bebo un sorbo de café templado aún, que alguno de los santos no se me debe haber ido al cielo, pero vaya usté a saber cuál es, San Juan, supongo, patrón de las hogueras que dan vida blandita y caliente a este café.Dura la gente, unos que beben café ardiente y otros que no son tan santos,...y dura el café... o lo hago durar para seguir calentándome las manos, ablandando los nudillos, endureciendo la mirada cada vez más despierta, despejando los ojos blandos de legañas duras, con las manos templadas y el corazón blando y caliente, el corazón en un puño duro y frío. Dura la espera en esa sala de espera fría, blanca y dura, que se abre detrás de mi puerta. Y duras las noticias, duro comunicarlas, más duro recibirlas. Y blandas las vidas que cada día entran aquí, que algunas no salen, y muchas se las llevan los santos que se me van al cielo.


domingo, 28 de septiembre de 2008 | By: Abril

La Carta de Gioia


Querida mía:
Como todos los días hoy me siento sobre tu cama y miro una vez más tus paredes repletas de fotos y afiches. Recuerdo que te encantaba comprarlos nuevos para cortarlos y recién pegarlos sobre otros. Está de moda –decías. Algo parecido le sucedía a los pantalones que te comprabas. Los traías del centro comercial e iniciabas la transformación: un hueco en la pierna derecha, varios cortes en la izquierda y flecos para arriba y para abajo. Cómo discutíamos luego, ¿verdad pequeña? Perdona lo de pequeña, olvidé que detestabas que te llamara así.
Hoy, no sé porqué, no me acerco a tus muñecas. Tal vez sea mi inconsciente autodefensa del que tanto renegabas cuando te encontrabas triste y yo sólo decía que descanses. Sí, tal vez sea ello. Quizás evitaba el sufrimiento y huía del abrazo de la tristeza. Sin embargo, desde el día en que volaste a otros cielos, aunque te parezca extraño, hija, no hay un sólo día en que mi rostro no quede húmedo luego de recordarte. Sé que ellas, tus muñecas, te extrañan tanto como yo y como tu padre, aunque él, seguramente, debe estar a tu lado. Tal vez recuerdes sus últimas palabras: “Jamás me separaré de ti, preciosa” –te dijo. Tú sólo te arrojaste a su cuello y te sujetaste de él sin parar de llorar. Apenas bordeabas los siete años y ya la muerte te había golpeado. ¿Recuerdas su sonrisa? No creo que la hayas olvidado. Ni a su ralo bigote ni a sus grandes manos con las que solía sujetarte para jugar al avión o, sencillamente, para acercarte a sus labios y cubrirte de besos. Cuánto te amaba.
También hoy corté flores del jardín para el jarrón azul de tu velador. Claveles rojos, como siempre. Este día he pasado más horas en tu habitación que en la cocina. ¿Recuerdas cómo te enojaba verme con el delantal puesto, picando tomates o lavando verduras? Te morías de rabia y me decías gritando que las mamás de tus amigas no son unas amas de casa como yo. No sabes cómo rogaba y luchaba por no llorar: no quería que te sintieras mal por mis lágrimas; pero cómo sufría.
Pero hoy no quiero recordarte gritando o despreciándome. Hoy deseo estar contigo en tu habitación, en tu cama acariciando tu almohada, riendo con tus paredes y besando tus muñecas, porque hoy, hija, cumplo otro año más de vida. Seguramente lo olvidaste como los últimos dos años y tampoco llamarás ni mucho menos escribirás porque tal vez tengas asuntos más importantes que ocupen todo tu tiempo. Además, por qué tendrías que acordarte de una vieja que vive al otro lado del océano, a la que siempre rechazaste por haberte traído a este mundo lleno de males, horrible, como le llamabas.



Ayer tuve visita. Hace mucho que no la tenía, salvo las del panadero por las mañanas y las de Martita, una joven que dice no descansará hasta tenerme en su templo cristiano escuchando a su pastor. Bien sabes que a duras penas soporto al padre Felipe algunos domingos. Martita viene los martes y me entretengo oyéndola hablar y hablar sobre la salvación eterna. Otra vez me fui por las ramas –debes estar tronando. Te decía que recibí visita: tu tío Polo recordó que tiene una hermana mayor que aún vive y que alguna vez le cambió los pañales mientras su madre trabajaba. Con el correr de los años, hija, una comprende plenamente el profundo significado y la verdadera dimensión de palabras como olvido, soledad y tristeza.
Hoy también saqué los siete álbumes de fotos del armario. Y otra vez me sumergí en el pasado. En nuestro pasado. Aún los jóvenes como tú y tus amigos y los viejos como yo vivimos de él, aunque pregonemos lo contrario. En el fondo todos sabemos que un hombre sin pasado es un hombre sin vida. Nuevamente las inoportunas ramas. Me conoces querida, es algo inevitable ya. Te decía que revisaba los álbumes de la familia: cientos de fotos, cada una con un tiempo y una historia propia, cada una con un instante preso en la eternidad. Hallé las fotos del día en que llegaste a esta casa, en el 75, tres días después de nacida, en pleno invierno. También las de tus primeros pasos de la mano de papá, y las de tus cumpleaños. Qué blanca y qué gordita eras hijita. Cuánto habrás cambiado. Tu tía abuela Lucia, que en paz descanse, decía que eras idéntica a su madre, de la que me contaron que cierta vez se fugó con otro hombre al poco tiempo de nacida tu abuela. Me parece oírte: ¿Hasta cuándo serás tan chismosa? –me decías cada vez que compartía contigo algún secreto familiar o sencillamente cuando preguntaba a dónde ibas por las noches. Estoy segura que sigues pensando igual de mí.
He comprobado, hija, que al llegar a cierta edad aquellas imágenes de la infancia que por años estuvieron escondidas en los laberintos de la memoria, saltan con suma facilidad sobre el presente. Digo esto porque en estos últimos meses mi lejana infancia no deja de visitarme durante mi largo día. Y aunque me acompaña y me abraza tiernamente, muchas veces la soledad se encarga de despertarme y recordarme que me tiene entre sus brazos.
Hace un tiempo leí a un psicólogo en un diario que decía que hay que reírnos de las cosas tristes. Lo intenté. Lo intento cada día, cada hora, pero me es imposible. Sin embargo, recuerdo cuando lloraba de pura contenta cada vez que me decías te quiero, cuando eras pequeña. Qué ironía, ¿verdad?, extraño esas lágrimas.
Nunca antes te escribí algo, hija. Y no sé si estas líneas serán las primeras de otras que vendrán o las últimas de tantas que jamás fueron escritas. La certeza de un por qué lo estoy haciendo no existe. Pero creo que es un impulso inconsciente. Totalmente. Me pregunto si la presencia de la muerte en mis últimos pensamientos tendrá algo que ver en ello. Tal vez. Es que, aunque suene reiterativo, el peso de los años sobre la espalda hace que día a día nos acerquemos más hacia la tierra y que aceptemos, serenamente, el hecho de haberla tenido a nuestro lado, desde el día en que nacimos.
Querida mía, durante mucho tiempo tu habitación recibió mis lágrimas; y los pasillos vacíos de esta casa vacía y la cocina, los muebles, mi almohada, mi habitación. Todos tuvieron su turno. Hoy no fue la excepción. Todo fue igual que ayer también, salvo por un pequeño detalle: hoy, aparte de los muebles, la cocina, tu habitación, hubo algo más que acogió mi húmedo recuerdo con dulzura. Si alguna vez tienes esta pequeña carta entre tus manos, hija, tendrás contigo ese algo que las abrazó hoy.
Un beso, pequeña.

(Del blog: La Jaula del León)

Carta a Laura


Me imaginaba que pasarías por aquí y espero que leas esto. No sé si te gustará o no, si es apropiado o inapropiado, oportuno o inoportuno y tal vez sea un torpe al pensar que cuando se tiene algo bueno que decir, siempre está bien.
Ayer me volví a abducir en tu conversación. Han pasado años desde que recorrimos de la mano; la Puerta de Toledo, Atocha, Embajadores. Ha pasado tiempo desde que andábamos durante horas por las calles de Madrid y cada paso eran dos o tres palabras y cada palabra era sentirse más cerca.
No sé si porque eres casi tan alta como yo y nuestro andar en paralelo, con pasos igual de largos, se acomodaba al ritmo marcado por nuestras frases, o porque la conversación se fundiera en un abrazo de admiración, pasión y empatía; pero caminar a tu lado, siempre me transportó a un mundo, en el que mi cuerpo sonreía por dentro, mientras que mi cara, reflejaba la concentración en la atención, o en la búsqueda del orden en frases e ideas.
Recuerdo aquel día que nos recorrimos el Reina Sofía. Se me ha olvidado si vimos una exposición en concreto o fue la permanente, pero aquello era el fondo a tus ojos pardos, tu tez de piel fina y blanca, del mechón de pelo que te cuelga ondulándose hacia dentro y que señala el lunar que tienes en la cara y tu boca; cantaba palabras provocando mi sonrisa de complicidad.
Nos perdimos como el que camina por un bosque y el paisaje se queda en un segundo plano. Detrás de nosotros pasaban; Dalí, Rothko, Tapies y tu venerado Chillida; Antonio López, algún surrealista, cubista, minimalista, pop art, figuración, abstración, expresionismo y no estoy seguro si paseamos por el Guernica.
Ayer, como en un déjà vu, volvimos al Reina Sofía y aunque ya no somos los mismos que hace 3 años, el calor de tu presencia es igual que entonces, el que inspiró el primer poema que escribí en mi vida:


...No hubo promesas que no cumplir,
ni palabras sin sentido que sobrasen,
tan sólo miradas relajadas que comprendían
y escrutaban hasta descubrir
en la pupila del contrario “la belleza”...


Y si soy un cretino inapropiado, inoportuno y torpe; es por ello por lo que soy cretino, que mi única pretensión es que estirases los labios, practicando la curva de la satisfacción y decirte que; hasta cuando desvié mi camino del tuyo en mi obsesión y desorientación, siempre, entonces, antes y ahora, pensé lo mismo:
Deliciosa Laura.

(Marcos Hernando Jiménez)
viernes, 26 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a P...



«Mi deseada P...

Hace unos días escuché a alguien decir que todas las cosas caminan hacia alguna parte. Todas, me repitió. No le creí mucho entonces. Luego caí en la cuenta de que efectivamente es así, aunque algunas lo hacen en direcciones contrarias.

Como sé que ya no podemos seguir igual que hasta ahora, y presiento que tampoco será posible ir más allá, quiero que, por última vez y sin el filtro de las convenciones sociales, ni el intencionado disimulo al que la peculiar forma de nuestra relación nos ha llevado, sepas lo que durante este tiempo he sentido yo. También lo que, en muchos casos, he creído adivinar en ti.

De esta manera tan clásica, ya fuera de uso, que conscientemente he elegido para despedirme, hubiera preferido decirte que ya no te deseo y sentir que tú a mí tampoco. Pero no es así. Eso lo hace más difícil. Confieso sentirme cercado por recuerdos tan claros y dulces que debo hacer grandes esfuerzos para continuar escribiendo y no romper la hoja. No lo haré, pero me pregunto si es posible decir adiós sin mirar atrás. Tal vez lo sea, aunque yo no puedo ni quiero despedirme de ti sin volver la vista durante unos momentos.

¡Cómo olvidar la cena en la que, rodeados de personas amigas, nuestras miradas se buscaban en un juego intermitente y maravilloso! Esa noche descubrí, por primera vez, que la fuerza de unos ojos puede penetrar, a través de los propios, a tal profundidad que sientes la más completa desnudez y una gozosa mezcla de pudor y deleite.

¡Cómo olvidar la caricia furtiva, casi robada; el leve roce de una mano que se pasea, durante unos instantes, sobre ti, dejando un rastro de placer y estremecimiento!

¡Cómo olvidar aquella tarde en la sierra! La gloria del verano brotaba por todas partes. Aparecía en las ropas, cortas, transparentes, ligeras, de las personas que nos rodeaban. Un murmullo de voces ociosas y divertidas llegaba de todas partes. De la piscina subían ruidos de chapoteos y gritos de niños alborotados. Todo parecía perfecto. Como un escenario preparado con el mayor de los esmeros para que la representación resultara excelente. El césped era magnífico y limpio. La sombra del fresno bajo el que estábamos, relajante. Las laderas de las sierras que teníamos enfrente poseían ese raro equilibrio que combina naturaleza y civilización sin que ninguna de ellas se sobreponga a la otra. Y tú. El cuerpo cubierto por el bañador, breve, ajustado. Separados por un metro escaso, mis ojos te besaban centímetro a centímetro, y tú lo sabías, y disfrutabas. Te deseé como nunca he deseado a nadie. Y luego el anochecer. Fue pausado, tranquilo, como correspondía a semejante escenario y a lo que estaba sucediendo entre nosotros. Apareciste en el salón con una blusa escotada que mostraba, preciosos, el nacimiento de los senos. Aquella noche noté una plenitud pocas veces alcanzada. ¡Estabas tan próxima, tan tibia, tan entregada!

¡Cómo olvidar tu voz, tan trémula cuando percibías que era yo quien te hablaba al otro lado del teléfono!

Pero todo esto tiene que terminar. Mejor dicho, a partir de esta carta ha terminado. Me marcharé de tu vida borrando huellas y espero de ti que hagas lo mismo. Afortunadamente no habrá suspiros ni frases de consuelo. Nadie dejará caer remotas esperanzas, inalcanzables asideros para el deseo. No hay cartas de amor que quemar ni fotos o regalos que devolver. Nuestro mutuo regalo fue el tiempo que compartimos y esos instantes ya vividos no son retornables. Pertenecen a nuestra memoria común.

Tampoco pretendo vivir en el recuerdo, porque sospecho que toda añoranza es poco más que una fría equivocación de la memoria y que en ella siempre hay algo de inexacto. Y, porque viviendo así, las caricias regaladas, las miradas, las palabras dichas no pertenecen a nadie, caen en abismos infinitos, en sacos rotos. Viviendo así únicamente puede obtenerse el ácido sabor de la ausencia, el sabernos esclavos de un deseo no reconocido, imposible. No quiero que al final sólo nos quede algo por lo que suspirar.

Sé que lograré prescindir de ese tiempo pretérito, aunque no sin dolor. Encontraré otras tareas, otras obligaciones que lo anestesien. Debo hacerlo porque como bien sabes seguiremos viéndonos y encontrándonos. Nos saludaremos amablemente, con sobadas fórmulas de cortesía, pero nuestros ojos no se buscarán, y si por casualidad se encuentran no debemos consentir que expresen más que la natural y comedida alegría que sienten dos personas que se aprecian.

Quisiera finalizar aquí la carta. Sabes que aunque lo estoy intentando tampoco se me dan bien las despedidas. Conoces de sobra mi torpeza.

Puesto que nos veremos no tardando mucho y debemos hacerlo con total naturalidad, lo único que se me ocurre es decirte ¡hasta la vista!».

(Fragmento, Javier Rodi)

Carta del León Herido


lunes 28 de mayo de 2007
¿Quién soy yo?. Al cabo del tiempo uno confunde los lindes de la realidad. Porque a veces me figuro que todos tenemos un personaje imaginario, un yo con el que soñamos, unas hechuras que nos gustaría configuraran nuestro verdadero yo, y a mis años y con las dentelladas leoninas que llevo encima, ya no recuerdo si logré lo que logré en la realidad, en mis sueños, o en mis vacíos temporales relacionados con la farmacopea. Ya no lo recuerdo. Mis glorias, mi valentía, un coraje que me dicen los leones que tuve...se me escapan,y cuando miro en el espejito del pequeño baño de mi roulotte, veo tal extrañeza, que dudo de la vida que viví, dudo de la hazañas que llevé a cabo, y temo haber sido este deshecho que me devuelve el reflejo, desde tiempos inmemoriales.
A veces, en mitad de la noche, cuando ya no tengo ni leones para acariciar, oigo ecos de la carpa, entre sombras me llegan vívidos, colándose por los vericuetos de mis cicatrices, y los niños gritan admirados, las bestias rugen, su sonido retumba en mi pecho descubierto, las mujeres me miran soñando con un hombre que garantiza la aventura, con un hombre que ha seguido un sueño y desafía su confort marital a golpe de látigo. Las luces enmarcan el polvo levantado por el espectáculo, un polvo que se convierte con el tiempo en suciedad, que deja de volar inquieto...los aplausos, los apalusos, los apausos. Otra droga más, la única que no puedo conseguir por prescripción médica.
Si no fuera porque yo soy yo, y me habito sin descanso, me preguntaría qué fue de mi vida; me pararía en ocasiones a pensar qué estaría haciendo Ángel Cristo en ése momento, si va a la compra, si compra carne para los leones en una carnicería, si renueva sus productos del baño, si va gente al circo, si fuma, si llora por momentos, si se masturba, si vive más en los recuerdos que cualquier otra vida, si le acaricia alguien recorriendo sus heridas, si se pregunta qué sentido tiene ya todo, si vive, si se ha muerto; si me he muerto...
¿Estoy vivo?¿Existo?. Porque cuando me recuerdo, tengo una imagen y unas sensaciones que sólo cuadran con los ojos cerrados. Hace mucho que no encuentro un sentido a lo que soy. Hace mucho que no tengo una vida que domar. No tiene sentido domar nada sin un público que se impresione de la hazaña. Supongo que la gente está acostumbrada a luchar de manera anónima, sin reconocimiento alguno, pero para mí es tarde. No se me puede pedir que luche si un niño no se va a disfrazar de mí la mañana siguiente a verme, si un león no va a incluir el respeto en su mirada al referirse a mí, Don Ángel, su amo, si los carteles no anuncian que Cristo se enfrenta una vez más a la muerte, a la vida, el más grande espectáculo que jamás se haya visto. Precios reducidos...últimos días.
Todas estas cosas pensaba mientras termino mi cena, una lenguadina, cocinada a medio gas y preparo mi vaso para enfrentarme al silencio. No termino de decidir si me duele más el olvido o el recuerdo.
Qué tristeza es la vida ¿eh?.Y qué hermosa. Hoy voy a dejar una bombilla encendida, la única que no se ha fundido, para ver si se levanta el polvo, y brilla, y por una rendija se me vuelve a colar un poco de gloria.

(Ángel Cristo, de su blog: El León Herido)
jueves, 25 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a Jack


“Jack, hoy hace 20 años que tengo 20 años, como regalo he vuelto a Brokeback Mountain, he montado la tienda, (nunca supiste montarla bien). Alrededor de la hoguera he sentido en mi cuello el calor de tu aliento y he pensado, ¡ojala pudiera tenerte un poquito! Hay que ver Jack cómo pesa la noche. Desde que te fuiste no hay agostos ni noviembres, ya no quedan hojas en mi calendario. Si se levantase una brisa de viento me traería tu olor, intentaría amarrarla para recibir un soplo de alegría, la guardaría para tenerla siempre en mi bolsillo y poder llenarme de amor cada vez que quisiera.
No veas Jack como me amargan los besos que me perdí, como pesa la noche en mi cama, el sabor de las últimas penas que pasé por ti, me van matando las estrellas, el frío y el calor, la luna quema si tu no estás aquí, cómo matan los recuerdos que se acuerdan de ti.
Te diré que me he hecho amigo de la luna para contarle nuestro secreto, para que entienda mi locura cuando digo que “te quiero”. ¿Te quiero?, nunca nos dijimos “te quiero”, pero sabe Dios, Jack, que no puedo dejar de quererte. ¡Cómo deseo que estuvieses aquí!
El Amor con mayúsculas que me ha llevado a esta cárcel de amor en la que vivo prisionero y que sustentan mi entendimiento, mi razón, mi memoria y mi voluntad. Mi razón me dice que debo morir, que mejor estará la dichosa muerte que la desesperada vida.
La noche se va acercando con las estrellas y la luna de la mano, tengo que despedirme de ti, qué amargas son las despedidas Jack, ojalá pudiese volver a escuchar tu armónica y poder decirte todo lo que el silencio no dijo, decirte que no tengo ni un solo motivo por el que quiera olvidarte, que lo que sentí por ti y junto a ti permanecerá conmigo hasta final de mis días.
Jack, vuelvo al callejón del gato, al callejón de los espejos cóncavos y convexos.
Esta vez, te juro Jack que nos vemos en noviembre”.

(De la película: Brokeback Mountain)

Soliloquio



Jueves 11 de diciembre de 2003

“¿Sabes una cosa? No he montado en caballo más veloz, más salvaje y más puramente adictivo que en este que he descubierto en las sonrisas de los chavales, en la magia de sus juegos,... Y en tus ojos, que me reinventan cada amanecer, que hacen que merezca la pena continuar, que me enseñan el significado de la esperanza y la ilusión. Sos la adicción más potente que he probado, y no quiero desengancharme nunca...”

¿Lo recuerdas? Hoy hace dos años de aquello. El campamento era un éxito, tú y yo compartíamos proyectos, actividades, conversaciones frente a la fogata y pijama a rayas. Aquella tarde, tumbados sobre el césped, lo dijiste como si tal cosa, de un modo tan natural que hizo estremecer hasta la última de mis fibras; y de repente, como si tal cosa, te miré y sonreías abiertamente; pero ya no sonreías porque lo trocaste por pura risa, por pura carcajada; reías y reías como un loco, una risa cantarina y transparente, una risa de niño grande sorprendido por un hallazgo monumental. Me mirabas con ebrios ojos, pupilas dilatadas de puro frenesí; y tu cuerpo temblaba sobre la hierba, presa de un ataque de exultación, de júbilo, de amor por todo cuanto te rodeaba,... En aquel momento supe que te quería más que a nada en este mundo.

La verdad es que no fue esta la única frase que caló hondo en mí; de hecho, me acostumbré a ver caer las hojas en otoño, a recogerme el pelo con los lapiceros que veía tirados por casa, a usar ropa interior, a dar los buenos días en vez de gruñir por las mañanas, y a tus malditas frasecitas lapidarias. Ya ves, pequeños cambios de un día, de otro día, de un tercero, que me transformaron de manera suave, que me hicieron valiente para tomar conciencia de mí, de ti, del resto, hasta alegrarme de encontrar mi imagen en el espejo, observándome por primera vez.

Lo tuyo era impúdico; vamos, que jugabas con ventaja, y bien que sabías aprovecharla. No era posible escapar del hechizo de tu voz grave, de esas palabras que dejabas corretear como un susurro, como un suspiro; escapar de ese arrullo dulce que calmaba y sanaba las llagas más viciadas y purulentas del alma. Recuerdo ahora la primera vez que nos vimos. En aquella soporífera conferencia que pretendía enseñarnos algo que nos resultaba dolorosamente familiar y propio, que demasiado bien conocíamos, a cambio de un puñado de monedas de plata.

“No tienen ni puta idea” dijiste, y volviste tu cabeza hacia mí mientras se te cayó un guiño; recogiste tus cosas y te levantaste, decidido, resuelto a traspasar la puerta... Yo hice lo propio con mis bártulos y te seguí como perro sin amo. Tomamos un café de seis horas, hablamos con el atropello propio de quien vacía su maleta porque ya está en casa, te invité a mi piso e hicimos el amor; no podía ser de otro modo.

Me ha costado esfuerzo sobrehumano verte a través de los ojos del pasado, pensarte tan distinto a como te he conocido. Pero era así, y aunque me estallaba el pecho cada vez que abrías la caja de Pandora, me preparé para oírte hablar de ruinas humilladas, de hastío, de soledad infinita, de un vagar que no te permitía ni desear morir. Un pasado lleno de mentiras, de violencia, de cólera y rabia mitigadas únicamente al caer en redondo en cualquier pocilga, en cualquier esquina perdida, en cualquier parque abandonado, tan abandonado y vacío como tú, que fuiste deshaciéndote, noche tras noche, de tus recuerdos, de los nombres que te acompañaron desde siempre, de tu identidad.

Un día despertaste en un frío callejón, como advenedizo y recién llegado, sintiendo la dureza del suelo, sintiendo la indiferencia de la gente -que caminaba por la acera, evitando incluso el frágil roce de tu aliento-, de los coches, de los árboles; la indiferencia de tu cuerpo, excremento baldío y senectud forzada, que se negaba a obedecerte. Las primeras lágrimas quemaron, pero desterraron el delirio y purificaron tus sentidos.

No debió resultar fácil. Tanto tiempo escondido, inmerso en la oscuridad, y de repente la luz, y tus retinas cegadas por el restallido del dolor en otras retinas, otras retinas calcinadas a fuerza de llorarte en silencio y de buscar tu nombre en las esquelas que penden del mismísimo infierno... Pero te acostumbraste y te hiciste metáfora, yermas cenizas convertidas en pétalos tocados por la gracia de húmedo pincel, y te hiciste canción, y te extendiste sutilmente dejando una tibia estela a tu paso. Ahora ya éramos dos; dos fundidos en uno, reflejo tan exacto que desorientaba.

Y aprendí de ti todo lo que no me enseñaron en el colegio: aprendí a quererme, aprendí a perdonar y dejar a un lado el rencor, aprendí que Chano, Peque, Markitos, Raquel, Davinia, Eli, el Pulgui, Fele, y el resto de mocosos te daban la vida que perdiste antaño, aprendí a beber del mismo manantial y nunca los tragos calmaron como entonces mi sed, la sequedad de mi garganta y mis venas, consumidas de tanto jugar a ser Dios y querer comerme el mundo de un bocado.

Me lo pregunto muy a menudo, y aunque no contestás, estoy segura de que lo sabías, de que eras consciente de lo que se cernía sobre todos nosotros... Pero callaste y, con resignada quietud, te empeñaste en vernos crecer mientras sacabas de la manga los últimos ases que guardabas. No puedo negarlo porque sabes demasiado de mí, así que te confieso abiertamente que aquellos fueron los peores meses de toda mi vida. Verte rabiar de dolor noches enteras, verte palidecer y enjutarte, tener que ver cómo se extinguía la llama de mi vida entre sábanas de algodón, bubas, alaridos y almohadones...

Te perdí el rastro tantas veces... Pero en ciertos momentos aún reuniste fuerza suficiente como para emerger de la profundidad en la que te sumieron los medicamentos y la cuenta atrás de negra y espesa faz,... Y nacía, vestigio de lo que abandonabas, una chispa en tu mirada- ya ni siquiera podías hablar- lo suficientemente intensa como para tranquilizarme y mostrarme que no te marcharías sin despedirte.

De la web: El Confesionario
miércoles, 24 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a mi nueva amiga



Querida Amiga nueva:

Todo lo tangible descansa sobre lo abstracto. Todo ruido ensordecedor tiene sus cimientos en un profundo silencio... todo lo que es, ha sido antes un “no-es”. Es así como se cumplen los ciclos vitales. Es así como las amistades nunca se secan, ni terminan, porque amigos viejos dan paso a amigos nuevos.

¿Qué te puedo decir? Tal vez muchas cosas pero te aburriría; tal vez otras pocas, pero no me entenderías. Mi mundo es complejo y contradictorio, y hemos llegado muchos años tarde la una a la otra. Por eso en lugar de enseñarte mi caja de Pandora, prefiero abrirte las puertas y ventanas de mi casa, para que tu brisa fresca invada mi vida.

Aquí puedes contar lo que quieras sin ser juzgada, y por lo tanto sin ser perdonada de nada, es como escribir, sin el “como”, y nada más.Te ofrezco mis oídos y cuando te quedes sin palabras te regalaré las mías, las que me vayan saliendo sobre la marcha. Siempre he sido buena improvisando palabras. Toma, te regalo estas tres para empezar: Jardín, azul, telescopio… hay todo un universo diminuto guardado en la palabra “jardín”, un océano de sentimientos en la palabra “azul” y una galaxia de sensaciones dentro de la palabra “telescopio”… Soy una adicta a las palabras y a los libros, esos baúles de papel donde se guardan a puñados.

La imaginación me ha regalado el don de crear historias y dar vida a personajes, con los que puedo llegar a confundirme; este mimetismo me permite entrar y salir de ellos sin que nadie lo note. Puedo formar parte del inmenso carnaval donde todos llevamos una máscara, para ocultar el dolor y la tristeza detrás de bonitas frases, rehuir al contacto íntimo y esculpir falsos ídolos de barro. Te presto mis disfraces y te regalo mis cuentos de hadas. ¿Y que voy a pedirte a cambio? Que compartas conmigo tus ideas y sentimientos, todo eso... que no es poco.

La Dama
lunes, 22 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a Patricia


Querida Patricia:

No sé que habrá sido de ti en todos estos años –ya han pasado casi veinte - y no sé si creer que, en el instante en que publico estas palabras, puedas estar tú leyéndolas en alguna parte de este mundo. Tú fuiste mi mejor amiga durante dos años de primaria. Yo era introvertida y sombría, con un punto triste y enfermizo. En cambio tú eras altiva, orgullosa y derramabas carácter a tus ocho años. No sé cómo empezamos a ser amigas. En realidad yo, que siempre he buscado sustitutos para mis ausencias, andaba algo huérfana de amigas por aquellos tiempos, desde la partida de África a Argelia, el país del que llegó a mi vida un año antes que tú. Tú eras pálida, de una palidez extraña y fría. Confieso que al principio me pareciste fea y distante. Demasiado… en todo: demasiado fría, demasiado fea y demasiado distante…Desde entonces no he vuelto a prejuzgar a nadie. Esa fue la primera lección que me enseñaste.
Me gustaba tu acento inglés y los bocadillos de mantequilla y de jamón de york de tu abuela… Tu padre era un señor extraño, que se comunicaba sólo en inglés, y sólo contigo…tu madre una mujer inteligente y joven, vestida siempre de riguroso negro, que en aquellos tiempos simbolizaba el luto…nunca te pregunté por qué vestía de negro. Ella era española y bilingüe, como tú. En esos años ser bilingüe suponía pertenecer a otra galaxia, algo incomprensible para una niña de ocho años. Me gustaba tu apellido inglés Upton, Upton, Upton…y me gustaba repetirlo en silencio y corregir a aquellos que lo pronunciaban mal. Era como pertenecer un poco a tu mundo, como formar parte de tu universo paralelo, superior, a años-luz del mío.
Todo lo que hacías tenía un aire individualista y distinguido. Eras una feminista progre de ocho años y yo te admiraba. Tu pelo rubio pajizo y tus mejillas rojas en cualquier época del año y especialmente en días fríos, como el de hoy, te hacían una niña singular entre el resto. Había algo de líder innato en ti , levantabas un dedo y las demás te seguían, sin embargo tú parecías no darte cuenta, era algo tan natural que lo hacías como respirar y aunque pudiste elegir a las más populares de la clase, me escogiste a mí para ser tu mejor amiga, en esos años convulsos de la infancia en la que los amigos te marcan para toda la vida.
Yo te admiraba y aspiraba a ser como tú… un poco. A solas en mi habitación imitaba tu forma de andar delante del espejo y tu manera de arquear la ceja izquierda, como una Lauren Bacall niña dispuesta a pisar cabezas para ganar un concurso de belleza infantil. No sé cómo lo hacías, a mí nunca me salió.
Te gustaban mis dibujos y yo te los hacía como regalo en las libretas que estrenabas, como una ofrenda a tu amistad incondicional…
Aquellos dibujos que desaparecieron, las tardes haciendo deberes en tu casa, los bocadillos de tu abuela y todo el glamour que te rodeaba se esfumaron de repente, como casi todas las cosas que he tenido en la vida. Te marchaste y nunca mas supe de ti. Te imagino ahora casada o no, con un cargo de responsabilidad en Londres y madre de una niña idéntica a la imagen que guardo de ti y de aquellos años.
Como decía Serrat en una canción…”donde quiera que estés te gustará saber que pude hacerlo y no te he olvidado… “
Donde quiera que estés Patri, que seas muy feliz, amiga del alma.

(La Dama)
sábado, 20 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta tras un portazo



Te has ido, has cerrado la puerta de lo que “éramos” y te has llevado de mi casa tu presencia, que no tu recuerdo. Hoy el mundo se vuelve a desmoronar a la espera de una nueva reconstrucción que no se vislumbra. Hoy odio las parejas que se besan por la calle.
Tal vez esto sea un llanto con formato de Times New Roman 12 puntos que va mojando el papel. Siempre he pensado que cuando la lágrima asoma no se debe poner barrera, el cuerpo deshoga la impotencia como cuando está cansado y duerme. La tristeza, como una fórmula de física o química, nos vence de la misma forma y el desconsuelo es un campo eterno sin horizontes ni sendas.
Hoy dejo que mi mente se hunda en la melancolía y la nostalgia y me ahogaría en ellas, pero no puedo, sé que flota y que volverá tosiendo recuerdos que ya no significan nada.
La pelea ante el dolor es esfuerzo constante de seguir respirando, es el instinto de supervivencia que nos salva, la sucesión de fichas de dominó que nos llevan hasta otra canción, esta...ya se ha terminado.

(Marcos Hernando Jiménez)
lunes, 15 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta con un corazón



Querida ausente:

Esta misma mañana me he visto sorprendido por el dibujo de otro corazón sobre la luna (jodida metáfora) delantera de mi taxi. Luego he permanecido un buen rato observándolo desde mi asiento, siguiendo sus trazos con la mirada, su contorno: sin duda, las lluvia de esta noche fosilizada sobre el cristal creó un fondo perfecto para el pincel de tu dedo.

Sé que lo has dibujado tú, del mismo modo que, en su día, tenías por costumbre dibujarlo cada vez que salías de mi casa. Todas las mañanas, después de dejar tu huella en mi cama, salías sin hacer ruido, para no despertarme, y luego siempre dejabas tu otra huella, la de tu dedo, en el cristal de mi taxi (como quien pega con imanes notas de amor en la nevera).

Aunque sigas sin entender por qué acabó todo (yo tampoco lo entiendo), quiero que sepas que te sigo queriendo, que sigo suspirando por esos pequeños detalles que llenaron mi pasado, o por el cepillo de dientes que dejaste en mi baño y que aun no he sido capaz de tocar.

Y ahora, en fin… sé que has vuelto con él, a vivir con él, igual que antes de comenzar lo nuestro. Lo sé porque el otro día me crucé contigo mientras conducías su coche. Sé que te trata bien, como a una princesa (claro, te lo mereces), que te ofrece la tranquilidad y la seguridad que yo nunca he sido capaz de darte. Sin embargo también sé que me sigues queriendo, que cada noche te acuestas a su lado mientras piensas en mí. Por mi parte, tampoco he dejado de quererte, solo que ahora el espacio que dejaste en mi cama permanece tan vacío y tan frío como un igloo flotando en el deshielo.

Tan sólo quiero que, a través de esta carta (espero que repares en ella cuando vuelvas a dibujarme el próximo corazón) sepas que he pasado el día conduciendo a través de ese corazón (lo dibujaste a la altura de mis ojos; chica lista...). Luego se ha puesto a llover, y sin embargo el dibujo no se ha borrado del cristal. Ha permanecido ahí, impasible. Supongo que mojaste tu dedo en saliva para dibujarlo. La misma saliva dulce y cálida que tantas noches lubricó mis sueños. La misma saliva que ahora permanece enquistada en mi recuerdo.

No dejes de dibujarme corazones, y yo prometo no tocar tu cepillo de dientes. Nunca se sabe.

(Del blog: Ni libre ni ocupado)
jueves, 11 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta en el taquillón de la entrada



Hoy cambiamos de escenario, de ring. En vez del comedor o la cocina, elijo el papel. En vez de los gritos, escojo la times new roman como arma. Y tal vez escoja la forma más cobarde, la de la no presencia y la de desahogarme con el temporizador que te da una carta colocada en el taquillón de la entrada. Pero ya me da igual, a estas alturas ya no tengo nada que rescatar. Mi autoestima se ha hundido con el bombardeo constante de tus reproches, mi control ha sido desbordado por tus momentos de ira y mi propia imagen es un puzzle al que le faltan piezas, una caricatura, una estatua clásica amputada por el tiempo y la erosión… Sí, ya sé que esto suena a autocompasión, una de las cosas que más odio, pero fíjate que es lo único a lo que me he sabido agarrar después de tanto rayo y tanto trueno. También suena a que te culpo de todos los males de esta pareja. Tendría que ser políticamente correcto y con justicia salomónica partir por la mitad. Pero lo siento, la única culpa que consigo aceptar es la de haber elegido mal, la de estar ciego y la de haber sido un cobarde tanto tiempo. Viendo que estoy muerto, que ya sólo queda la agonía de dejar que pase el tiempo, para que también pase nuestra pasión, esa que antes fue de amor y ahora es de odio. Viendo que nuestra única esperanza es la del silencio monótono; tomo la alternativa más huyente de dejarte en la estacada y lo hago llevándome la satisfacción de darte el último golpe, la de elegir la soga para nuestra condenada pareja. Sé que vas a desear que te diga que me he ido con otra mujer, pero no… lo siento pero no, ni tampoco me he hecho gay, ni me he metido en una secta, ni tan siquiera soy budista. Me he ido porque no te aguantaba más, tampoco me aguantaba a mi, pero sobre todo no te aguantaba a ti. No aguantaba tu hipocondría, me agotaba que siempre te doliera algo y que siempre estuvieras peor que yo. Si volvía con dolor de cabeza del trabajo, a ti te había dejado la cabeza como un bombo tu jefe. Si argumentaba varias tareas realizadas durante el día, que me daban la excusa para estar cansado, tú habías hecho un par más que te ponían por encima en el ranking. Si empezaba a notar síntomas de la gripe, no sé cómo lograbas tener fiebre antes que yo. ¡Cuánto esfuerzo derrochado en ser felices para terminar dándome cuenta que tu estado ideal es el de amargada!. Pero esta vez no me podrás soltar tus cien mil justificaciones y razones para convencerme de que tienes derecho a estar mal. Ahora es asunto tuyo y no creo que te motive tanto tu tristeza, si no la ves reflejada en tu contrario y puede que tengas derecho a uno que esté a tu nivel. Así se podrá ver la pelea perfecta, la lucha por el dominio en cada parcela de la relación. En cambio yo siempre escogí la huída y esta vez escogí la definitiva. Tal vez te quieras refugiar en que te he hecho una putada largándome de esta manera y presentarte como víctima, que es tu papel favorito, a nuestros amigos y a tu familia, quien sabe, es posible que también a la mía. Pero si tienes un poco de dignidad no lo harás, si piensas que tan sólo he recogido el guante que me has lanzado tantas veces como amenaza, cuando decías que si no estaba bien, que me fuera. Pues me voy, me voy pensando en que lo tenía que haber hecho antes, antes de que desapareciera el rastro de lo que fui. Hoy me vuelvo a inventar y ni siquiera te dejo la excusa de que te enfades conmigo. No me llevo nada, ni te pido nada, te dejo la casa, el coche, el chalet en la montaña, los cuadros, las joyas, las acciones y este reproche en papel. Te dejo el camino libre, ahora puedes reconstruir todo lo que pensabas en ruinas. Incluso ya no tienes porque esconderte en esporádicas visitas a habitaciones de hotel, con ese amante que adiviné el día que desapareció el sexo en nuestra relación. Tienes todo de tu parte para poder ser feliz. Si es que quieres querida.

(Marcos Hernando Jiménez)