domingo, 7 de diciembre de 2008 | By: Abril

Yo enfermo y tú ausente


Ya la siento, está aquí. La noto haciéndome cosquillas en las articulaciones, retorciéndome el estómago con nudos marineros, llevándome la cabeza a ese estado de semiinconsciencia, anuncio inequívoco de su llegada. Y viene con su cortejo, con los sudores fríos y los temblores, con la tos y cuando la fiebre me pone las orejas rojas y la nariz arde cada vez que exhalo lo que recojo, anuncio sin ningún lugar a dudas que tengo la gripe.
Que bueno tener la excusa perfecta para deambular por la casa como si fueras de la “Santa Compaña” y del sillón a la cama, y de la cama al sillón, paseando por el sofá y haciendo la siesta a la calidez de la alta temperatura corporal. Me pongo un rato la radio, intento leer pero no puedo y cuando llevas toda la mañana y parte de la tarde encerrado en casa, a la hora en que vuelven las fiebres por sus derroteros, empiezas a odiar la gripe y sus secuelas, maldices a ese virus mutante que es tu carcelero.
Si por lo menos estuvieras aquí, podría emitir un suave gemido de vez en cuando, para que me preguntases como me encontraba y vinieras a darme un beso. Me dejarías apoyar la cabeza en tu regazo, mientras me atusas el pelo y me miras con la palabra “pobrecito” grabada en tu mirada, me disolverías el Algidol en el vaso, extendiéndolo después para dármelo, mientras yo exagero los esfuerzos por incorporarme y tragar el analgésico. Harías todo lo que se suele hacer, cuando una persona a la que quieres está enferma.
Quién sabe, lo mismo llegaríamos a la perfección de terminar abrazados en la cama, ayudándonos mutuamente a superar la fiebre...

(Marcos Hernando Jiménez)
sábado, 6 de diciembre de 2008 | By: Abril

En tu nueva Cama de Madera


(A Antonio Trujillo Delgado)

Querido Antonio:

Un día de entierro es una aspereza; una incomodidad infinitamente jodida.
Uno piensa, en su soledad, que quizás no lance lágrimas de pena durante el tránsito postrero de la lápida sobre la fría tierra. Pero no; gran error. Tan grande como el desgarro que esa pérdida deja…
Se trata de la definitiva partición de "tu mundo" en dos: de los que se quedan y de los que se van. Un dolor que estruja el alma; que casi la mata... Menos mal que la lágrima, atribuida a débiles en otras épocas, es ya consuelo “normal” que infinitas cosas limpia; o que al menos suaviza esa embestida tan perra como es la muerte de quien verdaderamente quieres.
Gracias …
Por tu sonrisa, tu ironía… Por tu voz casi quebrada. Por los sonoros "¡Jueves!" que expresabas ante sorpresas del día a día, y que tanto juego daban a la intimidad de mis sonrisas junto a tu hija. Por esos tintos que regaron no pocas tardes de domingos y que dejaron una banda sonora impresa en mi memoria: “Domingo Rojo”; joya regalada por Jose, de Silvio Rodríguez, en la fría Cañada, mientras reíamos alrededor de una gran mesa repleta de chuletas y longanizas humeantes. ¿Recuerdas…?
Gracias… Por "mis" primeras carreras de Alonso, gestadas entre las emociones y curiosidades de quien se adentra en un espectáculo que poco antes le quedaba lejos. Por esos ojos últimos que miraban al cielo, como suspendidos, pensativos, porque ya la tierra empezaba a molestarles…
Por tu mujer, verdadero ángel físico, cuya humanidad inundará por siempre toda la largura y hondura de mis sentimientos. Por tus hijos, afortunados encuentros con los que he crecido alto; en todo… ¡Y por tu hija! Amor imprevisto. Mas amor nunca antes en mí, visto. Pues en ella me veo. Me reconozco. En ella crezco.
Y que la vida me dovolvió, cuando justamente pensé que la perdí.

Así que reflotado ya ese barco, y cargado de dichas que no merezco, te digo: Tómate otra, anda… ¡Que ya tardas!
Por cierto, está bajo tu pierna derecha, por si no te has dado cuenta.
En tu nueva cama de madera…

19 de noviembre de 2008

(Claudio Rizo)