sábado, 4 de septiembre de 2010 | By: Abril

¿Cuál es el secreto?



Sentada en el sofá, entre sus temblorosas manos, sostiene un periódico, de esos de política y chismes, recién abierto: “Hoy toca actualidad, tengo que estar al día”, me dice con voz semiquebrada y atenta a lo que ese manojo de papeles le pueda descubrir, esa tarde…

Es frágil, aunque sólo de físico. Su armazón es interno: una gigantesca fortaleza que nunca supe cómo cupo en ese cuerpecillo de porcelana. He visto fotos suyas de joven, recién casada, en la playa, en un baile, casi todas en blanco y negro, y bien podría haber ocupado cartel (lo pienso) entre las más lustrosas actrices de los cincuenta. De los sesenta. De todo el siglo XX. Su belleza no ha menguado en el viaje, si acaso, alguna arruga más que otra ha descansado sobre su rostro, reflejando el tiempo, pero sin alterar ese universo de generosidad y ternura que emanan sus ojos, en cualquier leve parpadeo. Además, esa finura acrisolada de su piel, no camina sola. Pues algo puramente genético, que se tiene o no se tiene, que se gesta en la propia cuna, la impregna por entero: la elegancia. “Lo importante de las piedrecitas y de los collares, querida abuela, no es poder tenerlas o comprarlas, sino el saber llevarlas (te diría); y ninguna de ellas brilla tanto en otro como sobre tu cuello”.

Tener una “segunda madre” es un privilegio. Más cuando hay seres que ni a una conocen. Yo las he tenido; las tengo. Siendo pequeño, los sábados llegaba a su casa a media tarde, en invierno, y me preparaba un tazón de leche, caliente, con Colacao y galletas Príncipe. Allí estabais tú y el abuelito. A veces con él jugaba una partida al ajedrez (¿recuerdas?), me hablaba de sus cosas de filosofía o veíamos el fútbol; después tomaba un baño en agua templada, largo, escuchando los partidos del sábado, y cenaba, mientras os veía a los dos en el sofá, hablando, riendo…; él leía la prensa cuando quitaba el sonido del televisor en los intermedios (una de sus costumbres), tú rezabas el rosario, casi susurrándolo. Luego, dejaba caer mi cabeza en tus piernas, quedaba en un estado semiinconsciente, sueños difusos…; cerca de la medianoche, a mi habitación. “Buenas noches”. Apagabas la luz. Y el día.

En ocasiones he leído cartas escritas a personas que han dejado huellas eternas. Misivas delicadas, caladas de amor, pero casi todas póstumas. Y esto me apesadumbraba. ¿Por qué sólo liberar nuestros sentimientos tras la pérdida de alguien? Tú, abuelita (así la llamamos), vas a leer esta carta, seguramente sentada en tu sofá, en ese que compartiste tantos años con tu amado Wifredo, y sana, rebosante de vida, orgullosa de que todos queramos estar a tu lado; pues detestaría quedarme en el andén, apesadumbrado, sin ti, viendo cómo tu rostro, asomado a la ventanilla de un tren cuya silueta disminuye, se aleja hacia un mundo extraño y nebuloso, mientras yo te lanzo “gracias” gritadas en un papel que ya no sabré si leerás. Esta carta no será para “después”, sino para hoy…, vigente, en su expresión más auténtica. Más significativamente “Amalia”. Pues de camino (¿apuestas?), aún te queda un trecho.

¿El secreto de tu optimismo, de tu energía? Quizá sólo la Virgen a la que cada noche entregas tus agradecimientos y ruegos, lo sepa. O las golondrinas y las estrellas que forman dibujos en tu cielo. Esas a las que cada noche saludas como a conocidos desde tu ventana, en tu calle Travessía. Quién sabe.

A ti, abuelita, también poetisa. Tu último poema:

“Los ríos de mi cuerpo. Estoy mirando mi mano/y en sus venas me detengo/pensando en su trabajo/que cubren todo mi cuerpo./Son ríos que caminan dando vida a mi existencia/no sabiendo dónde empiezan/ni cuánto durará su vida./Siempre cumplen su misión/potenciar mi corazón/que es el que rige mi vida/de noche como de día./La sangre va por mis venas/que son tortuosas acequias/abriendo cauces y caminos/para mí desconocidos./Esta fuerza tan preciosa/que empuja todo mi cuerpo/quiero hacerla poesía/por ser más que mía, don del Cielo”.

Gracias por ser así.

(Claudio Rizo)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso homenaje, plagado de amor, delicadísimo. Todas quisiéramos ser como tu abuelita, cuando llegue el momento... y tener un nieto como tú que hable así. FELICIADES. Me ha emocionado.