lunes, 6 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta de navegación hacia el cuerpo amado


Viajo tu cuerpo buscando el cielo, entre las tormentas de tus piernas y el oleaje de tu cabellera, perdido y sin buscar ayuda, con sólo mi instinto como brújula y la emoción de tu aliento hinchando mi velamen.

Caminos que se cruzan, desdoblan, replantean y emergen sobre al territorio oscilante de tu piel, a veces amplia y extensa como un prado después de la lluvia, a veces claveteada como una arena viva con los cardos amables de tus poros erizados, a veces misteriosa como cuando me busca para luego alejarse, turgentes a veces y otras dormida. Errantes y sin querer hallar la ruta, mis dedos se pierden complacidos por tu geografía tentadora, meciéndose entre tus valles, remontando cada sinuosa protuberancia, extraviándose en la frondosidad de tus selvas, solazándose en la calidez de los mares que encuentran, deslizándose por la longitud de tus piernas, deseando abarcar la turgencia de tus senos, sosteniéndose en la solidez de tus nalgas, anhelando enraizarse en el vacio penetrante de tus besos profundos.

Subo y bajo los linderos de tu cuello como buscando definir una travesía en la que solo me interesa extraviarme, me descuelgo por la cascada sutil de tus vértebras para escalar lentamente las colinas allende tu espalda, nadarlas, circundarlas estructurarlas como coordenadas de un mapa que me inflama. Bajo los caminos de tus muslos, sin prisa, indagándolos, acariciando las señas de tu emoción arribo a la concavidad del arco de tu rodilla, a la altura breve de tus pantorrillas, al peñón brillante de tus talones y me entrego a los caminos de tus dedos. Promontorios traviesos que correteo como un niño, hasta hacer que te voltees y encomendar mi mano a le incitante aventura de escalar tus piernas, otear las carnes que me esperan, sumergirse en el valle de tu ombligo, delinear tu abdomen, abandonarse en las mareas de tu respiración que se acelera, escalar el sinuosa perfil de tus senos amotinados, bajar por la línea de tu centro, rodeando cada costilla con la anticipación de una espera prolongada, anclarse en tu mangar fogoso y rastrea sus mares y, en sus pliegue, sus cuencas y pasajes, la densa noche de tus calores y mis ansias.

Nacen dedos en la lengua, ojos en la nariz, orejas en las uñas, papilas en el tímpano y la expedición se extiende, con sus provisiones en alerta, el cuerpo todo hecho sentido envolvente, una sola caravana de múltiples pasajeros integrados sin acuerdo en un itinerario que los despierta en cada espacio que adivinan, intuyen, descubren, trazan, proponen. Con decisión de cartógrafo inscribo cada recodo en la memoria para entre el rumor distante de los olores y la serena pulsión del recuerdo, agitar mañana los ecos de esto extraños y el deleite de algún nuevo viaje posible.

Al sur de tus pechos, al norte de tus rodillas, al este de tus brazos y sobre el horizonte de tus ruidos, entregarte el mar amplio de este viaje infinito y, como yo, cierra los ojos para que solo el tacto vea, descifrando cada matiz en la fotografía ardiente que vamos revelando en la yema de los dedos, en el ritmo creciente de los latidos, en la certeza, inevitable, de que la luz es una convicción interna,

personal, intransferibles, que agita el aliento desde adentro, como un fuego, en los largos, casi eternos instantes en que, como un latigazo desplegado desde las sienes hasta los talones, el barco arriba al puerto y las tempestades se juntan en este gemido simultáneo de humores y caricias.

Cansados, entregados, integrados, los rincones duermen el uno sobre el otro, mientras lentamente, los dedos se devuelven sobre los caminos explorados, como tratando de encontrar la ruta del regreso a la tierra áspera en que volverán a ser simplemente dedos, y los labios labios y solo pelo el pelo y el aliento apenas un aliento. Aunque la sola promesa del territorio conocido, la esperanza sola de un nuevo recorrido, los regresa a su, campo cotidiano con la fuerza de un nuevo viaje posible, aquel en que, entregados a la geografía de los cuerpos, volverán, a ver los dedos y a oír los labios y a ondear el pelo y a tocar el aliento, cuando el norte se viste de pezón, los valles se humedecen y la noche se ilumina en texturas solo descifrables por el pausado reconocimiento de tus formas.

(Enrique Larrañaga, Finalista en el Concurso de Cartas de MontBlanc 2010)