lunes, 28 de febrero de 2011 | By: Abril

El último poema del mundo


Para: la ciencia
De: un simple humanista

Me he tomado la molestia de redactarte esta carta que quizás no leas. De seguro estás muy ocupada coleccionando dinosaurios, inventando nuevas armas letales porque las actuales no te gustan o visitando otros planetas mientras el nuestro se desmorona.

No soy estúpido, sé que no me tomarás en serio pero mientras sigas leyendo estas líneas, harás feliz al mundo con el simple hecho de no estar haciendo nada. Dejando las cosas así como están por unos minutos, muy pocos minutos… pero haciendo feliz.

No sé si te lo habían dicho pero soy bachiller en ciencias y estoy totalmente arrepentido porque siento que no me ha servido de nada la niñez ni adolescencia en mis andanzas por primaria y secundaria, la cual, hasta hoy, he dedicado a la lectura de tus escritores y tus fuentes porque así dicta la ley del estudiante. Y aunque a veces tiendo a rozar la exageración, te diré que, hasta hoy, de nada me ha servido la vida. Donde cada libro o enciclopedia, cada tesis, ni siquiera las teorías, han valido la pena porque mi verdadero problema, hoy por hoy, es el amor… y a mí nadie me enseñó de eso.

Por lo que tengo entendido, el amor es eso a lo que aun no has podido darle una certera definición en tu aburrido diccionario. Empezando con que “amor” no es una palabra; es eso que no sabemos y que no queremos saber porque se perdería la magia. Amor es una pregunta a la cual no queremos encontrarle respuesta, motivos o porqués pero por alguna razón se lo buscamos. El amor es eso que el cobarde grita al mundo y que el valiente calla. Porque hay que tenerlos bien puestos para poder silenciar una fuerza como ésa.

Ojalá en el mundo habitaran más respuestas que preguntas para que tuvieses un tiempo libre, al menos unas tres horas por semana y te fijaras en nosotros. Sí, no estoy solo, hay millones como yo. Sé que han muerto grandes hombres en el nombre de la ciencia, pero cada día mueren miles por amor y ésta es una muerte constante, más seguida. Una muerte que los noticiarios deberían tomar en serio. Por ejemplo: mi cartero muere semanalmente porque no se ha atrevido a hablarle a mi vecina e irónicamente ella se muere porque el cartero no le habla. Ahí está María, se murió el lunes y quizás mañana en la mañana también muera porque intencionalmente rompió una tubería tan sólo para ver a Jaime, el plomero. Mi jefe que se muere a diario por la secretaria. También estoy yo, que he muerto un par de veces por besarla y ni te imaginas cómo morí cuando tuve que alejarme de ella para perseguir un sueño y me quedé solo.

El amante no le tiene miedo a morir porque ése es su trabajo. No hay guantes, no hay lentes protectores ni un ratón que haga el trabajo difícil por ti. De este lado cada quien experimenta. No hay reglas ni normas de seguridad, no hay barreras protectoras. Aquí el golpe se recibe en seco y muchas veces no hay aviso.

Tú seguramente ni siquiera puedas explicarte cómo Beethoven, siendo sordo, pudo tocar el piano de esa manera. Es que la música no hay que oírla, sólo sentirla y dejarse llevar. Probablemente tu objetividad obligatoria no permite que puedas expresarte como quisieras y hasta una que otra vez no todo lo que descubres lo puedes decir. Fíjate. Ya tenemos algo en común: hay sentimientos prohibidos que sería de locos revelarlos.

Comparando: tú has viajado al espacio y yo me lo imagino. Tú estudias la historia, yo la olvido. Tú asimilas el presente, yo lo vivo. Tú buscas el futuro y yo lo espero. Esperar como quien espera su comida mientras se toma una copa de vino, platicándole al espejo que no está seguro si tiene hambre o simples ganas de comer.

En fin, si la tecnología sigue evolucionando a este ritmo, en muy poco tiempo se acabará la poesía. Por lo menos yo no le consigo belleza a esas piezas de metal sin alma que facilitan los trabajos del hombre. Ciencia, no pido que te detengas porque tú también tienes derecho a luchar por lo que quieres. Me sentiría similar a ti si te evitara el sueño y no soy nadie para hacerlo. Una última cosa, si llega el día en que desaparezca el último poeta de la tierra, no inventes una máquina que nos sustituya. Déjanos morir y ten en cuenta que sólo tú tendrías la culpa… por eso te pido que no vayas tan rápido.

Por favor. Hazme caso y piensa bien, asesino de poetas, porque si me hiciste perder el tiempo escribiéndote esta carta, pude haber utilizado el tiempo y estas mismas hojas para escribir el último poema del mundo.

(Angel José Rodríguez)