domingo, 19 de mayo de 2013 | By: Abril

Para el amor de mi vida


Me levanté con las ganas de andar desnuda, con la vida desteñida y de espaldas a la indiferencia, me levanté y entendí muchas cosas: Te entendí, entendí  a mamá y me entendí, sí, después de mucho me entendí, siento haber tardado demasiado, pero se supone que esto venía con un manual de instrucciones y una garantía por si surgía algún daño, pero nunca me llegó nada al correo, también se supone que la crisis adolescente sanaba con alcohol y los recuerdos se borraban con el paso de la rebeldía, lo probé todo y todo siguió lleno de grietas; después de muchos cafés con sal en las mañanas y de resanar grietas, me puse a pensar en  ¿hace cuánto no escribo una carta de amor?, ¿cuál fue la última carta que te escribí?, por eso escribo, esta carta la título: Para el amor de mi vida, porque sí, el primer amor de toda mujer es su padre…

Papá, de tantas cosas que me enseñaste: El caminar y el amar sin duda fueron unas de las mejores; ahora vendría una lista enorme de las cosas que te agradezco y te agradeceré siempre pero mejor voy directo al vacío antes de quedarme sin tinta; debes entender que me rondan muchas preguntas, ahora cuando ya entiendo más, quisiera saber si ¿En algún momento toqué tu corazón con las manos sucias?,  ¿Era necesario salir por la puerta trasera de esa manera tan vil?, y  ¿Por qué te fuiste sin terminar de leerme todos y cada uno de los cuentos de los Hermanos Grimm o antes de que me enseñaras a patinar?, pero lo que más pesa, papá, lo que más duele es ¿Por qué no he tocado los recuerdos suficientes para que vuelvas a casa? Preguntarás que ha sido de mí en este tiempo, por eso envío esta carta, que no pretende ser un susurro ahogado,  aunque es muy probable que se estanque en la oficina de correos junto a otras cosas por decir…

Pero si has de recibirla, has de saberlo todo, empezando por el nudo, empezando por la pérdida, Papá, me desconozco frente a cualquier espejo, he cambiado por tiempo y necesidad, sin querer, sin elegir, me vine a dar cuenta muy tarde de que estoy rota y con cada caída se me entierran los pedazos, he fecundando relaciones muertas y he renacido con tejidos cada vez más inservibles dentro de mí.

Lloro porque me pesa, porque me duele, lloro porque hace frío aquí dentro y no paro de derramar pedacitos de hielo, lloro porque ese es el precio de tener alma. Y  Lloro de nuevo porque se supone que esta es una carta de amor y no de reproche, aunque supongo que todo eso viene atado al amor…
Sin pretender escribir más de una carta, hoy quiero que sepas, así por este medio, de buena manera y a escondidas de tus orejas, que elijo el perdón, lo elijo por encima del resentimiento que parece perpetuo, elijo la tranquilidad que brinda un buen funeral, porque como dice mamá: ‘’Para poder curarme este dolor del alma tengo que irme a un funeral y llorarlo, llorarlo como a un muerto.’’ Y por eso mismo elijo lo que sea mejor para el alma amarga y los años venideros.

Te perdonaré, hablando en un futuro, quizás lejano, como amiga, como hermana, como humano, pero tal vez, no te perdone  como hija, porque la sangre me duele y supongo que las explicaciones sobran.
Te preguntarás: ¿Y ahora qué?, lo que queda es sanar, hallar cada pedazo y bañarlo en desinfectante y perdón, enhebrar la aguja y coserme por dentro. No comí mucho dulce hoy y prometo no quedarme despierta hasta muy tarde.

Te amo, papá.

(Laura Guerrero)