miércoles, 22 de octubre de 2014 | By: Abril

Amores que matan (la pregunta)

 
Cuando hayas recibido esta carta, sé que encogerás la nariz en señal de protesta. Sí, yo de nuevo, después de un año y algo más de haber tapiado la puerta que unía nuestras casas.

No he dejado de adivinarte. No puedes leer sin tomar café, por lo que imagino una atmósfera sensual de café colombiano, quizás incluso suene Falete o la Niña Pastori de fondo… Y estás luchando con tu curiosidad y con la distancia que aún percibo como estela. Léeme. Hoy sólo léeme y juzga lo que te relato.

La historia toynbeeana me persigue, la historia como una espiral que siempre regresa un punto más arriba que la partida; pero que vuelve, infinitamente retorna, como una bailarina que se balancea y se sostiene sobre su pie diminuto, todo su cuerpo sobre sus cinco dedos atormentados, todo su peso sobre la gracia de su tobillo, toda su singularidad multicolor llorando sobre su empeine.

Te sé. Te conozco como uno conoce los recovecos de su propia guarida, sé cuál rincón de tu cuerpo me otorga más luz y en cuál de ellos pasar el calor de las tardes de verano; cuál de los mohines de tu boca, capta mejor la ligereza de mi malhumor y mi cansancio; con cuál de ellos torcerás el labio superior haciendo egoísta tu boca de ofrenda. (Sé también que mientras me lees, pasas tu mano lentamente sobre tu pelo, como si amansaras un gato inquieto).

Te intuyo. Sin necesidad que me expliques, sé por qué te refugias en el silencio: las palabras sobran. Las palabras cansan la luna de tu cuerpo claro, no quiero que existan entre ellas y tú ni un solo ruido, ni un eco que atosigue tu reserva, la paz contenida en tu afonía.

A pesar que son meses de ausencia y que cuando me nombran haces ademanes de fastidio, aún me extrañas. Quizás por eso he vuelto: por la invisible soga que me ata a tu cadera alocada, a tu cadera que se volvía golondrina. Vuelvo por tu boca también, por la boca que me dejó un día anclado a tus treguas quebrantadas, la que me acalló con una maestría que intimida y que marca.

Es tu cumpleaños. No creas que no me acuerdo. Soy el que no lo ha olvidado nunca. Pero también soy éste, el que te sigue pensando a pesar de haberme ido sin despedidas, sin decirte lo que el tiempo contigo hizo con mis días, el que cerró egoístamente la puerta entre nuestros dos mundos, el que un día decidió que todo era más íntimo de lo que esperaba y simplemente cerró el libro en el mejor capítulo, dejándolo luego en la repisa de siempre. Me odias a veces. Sin duda que sí, con tu pasión invariable, intensamente, con tu alma enardecida y traicionada, con tu ímpetu colegial que ya no le vienen a tus treinta años, con ese calor que no encuentra sosiego nunca. Pero más son los momentos en que crees amarme y por eso me continúas leyendo, ávida y fanática, arrebatada y violenta.

Regreso a quedarme, si quieres, si me aceptas, si te atreves, si tu otoño ya homenajeó suficientemente a mis manos sin flores, si la furia de tu verano chillanejo me deja. Regreso porque te amo, tontamente, furtivamente, como un trompo, bailando en el fragor de tu tierra húmeda y dejando marcas en tu cara… Regreso a festejar tus pechos de luna, a agasajar tu pubis mojado de ganas que no aflojan, a rendirle tributos a tus pies helados, a tus manos finas, a tu boca sin dueño, a la brava que desafía los oleajes más fuertes, a la constructora, a la que magulla en silencios sus rabias o las lanza como si fueran un ciclón sobre los malecones de otros… Te quiero, mi áspera, mi arisca, mi indómita, por ser la indomable en la que no remiten los fuegos, por ser la mujer que durante las largas noches de un año, no pude sacarme del alma. Te quiero: Me quedo, si me dejas…
 
miércoles, 15 de octubre de 2014 | By: Abril

Cerrar la ventana todas las veces que llueva...

 
...y quedar empapados sólo del puro placer.
Tu sudor, tu hombros, tus pecas y la cicatriz que vive al ras de tu espalda. Mis uñas, mis besos, mis versos y las groserías que te canto al oído.
No nos estamos tranquilos. No podemos ser correctos. Pero define correcto y no es más que hacer el amor con la persona indicada. Pero define indicada y en el diccionario aparece como antónimo tu nombre.
Que nos disfrute la vida mientras los dos la jodemos. Que nos observe pasar y nos tenga mucha envidia. Que se piense al encontrarnos que somos unos cabrones. Que apueste por separarnos y que termine sin nada. Que se canse de que siempre le ganemos las jugadas. Y que no le quede de otra que dejarnos agotados, medio rotos, despeinados, pegajosos, alterados, excitados, como locos, y queriendo.
Aduéñate, sí, de todos sus pensamientos, luego de su corazón, y el cuerpo entero trabajará por sí solo. El amor es la historia de todos nuestros rincones: la casa de los amantes, las bragas de los cajones, la cama de los hoteles, algunas habitaciones, la regadera del baño, la última parte del cine, el auto fuera del bar, el árbol más escondido. Nuestras huellas dactilares se quedarán para siempre en la lista de lugares que ni locos nos perdimos.
Tendrás mi mano acariciando la tuya aunque no la sientas cerca y mis ojos cuidando tu camino aunque tú no puedas verlos. Estaré ahí. Estaremos juntos incluso cuando no estemos. Cuando beses otros labios y te laves la boca. Cuando yo diga “te quiero” y al instante sienta náuseas. Cuando ya no seas antónimo. Cuando por fin, sin notarlo, podamos ser correctos al lado de otras personas.